Unos de mis iconos
cinematográficos favoritos es la cazadora roja que James Dean portaba en “Rebelde sin
causa” (Nicholas Ray, 1955). Existe una fotografía suya sentado sobre el capó
de un coche junto a Corey Allen, su antagonista en la película, que viste una
cazadora de cuero negro, material más recio y pesado, antítesis de aquella
prenda más ligera y mítica del protagonista. Y aunque el personaje de “Buzz” Gunderson fallecía en la película,
tras despeñarse por un precipicio perdiendo el control de su vehículo en una
loca carrera hacia la muerte, el actor Corey Allen realmente vivió muchos más
años que sus compañeros de reparto: James Dean (24 años, accidente de tráfico),
Natalie Wood (43 años, ahogada en el mar) y el frágil Sal Mineo (asesinado a los
37 años de edad). Allen falleció en 2010 en California, dos días antes de
cumplir 76 años, a causa de una enfermedad de Parkinson.
Traemos hoy a colación
estas reminiscencias cinéfilas haciéndonos eco de las informaciones
publicadas recientemente por diferentes medios de comunicación, respecto al
conocido como juego de la muerte, el último disparate que parece haber
embaucado algunas mentes adolescentes. Se trata, nada más y nada menos, de
entretenerse en provocarle la asfixia a un compinche apretándole el cuello
hasta su desvanecimiento. Al comprimir las carótidas, el flujo sanguíneo se
detiene y la falta de oxígeno cerebral deriva en una pérdida de la consciencia.
Sólo hace falta la participación de un tercero, que graba la escena con la
cámara de un teléfono para posteriormente colgar semejante hazaña en las redes
sociales.
En esa realidad paralela, la difusión morbosa de este tipo de
escenas, como tantas otras de contenido sexual, maltrato animal o de regodeo en
peleas y trágicos accidentes, se ha convertido en una novedosa enfermedad colectiva
que encuentra su público más entusiasta entre los sectores sociales más jóvenes
y vulnerables. Una vez más, la metáfora del cuchillo, valiosa herramienta a la
hora de cortar el pan, pero terrible si se emplea como arma blanca. ¿Dónde está
la solución? ¿En la prohibición? ¿En la educación?
Se repiten conductas patológicas
de extraña denominación como el eyeballing,
administración directa de alcohol sobre las mucosas oculares, que puede
acarrear graves infecciones e incluso la ceguera, el tamponvodka o tampón on the
rocks, de funcionamiento similar, sólo que para la ocasión el alcohol se
vehicula mediante tampones empapados introducidos en la vagina o en el ano, o
las relaciones sexuales de riesgo sin protección, jugando a la ruleta rusa con
la muerte como aquellos protagonistas de “El cazador” (Michael Cimino, 1979), prisioneros
en la perturbada vorágine de la Guerra de Vietnam.