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22 septiembre 2012

ROBOTIZADOS




Sostiene Aloysius que comer manzanas resulta beneficioso para la salud. La sabiduría popular británica lo corrobora con una recomendación: “one apple a day keeps the doctor away”; no en vano Steve Jacobs eligió una de estas frutas como anagrama de su marca. Además, una Granny Smith cortada por la mitad identificaba Apple Records, el sello discográfico fundado por The Beatles. 

Raj Patel, en su ensayo “Gordos y famélicos”, mencionaba las diferentes variedades de manzanas que progresivamente han ido desapareciendo de los estantes de los supermercados, en aras de la mayor uniformidad de otras piezas capaces de defender mejor su lozanía resistiendo frente los embates del tiempo. Y es que devoramos pomas por los ojos, como Blancanieves. Y así le fue.

La primera tarde de este otoño compartimos la dulzura de unas manzanas Fuji mientras debatíamos una vez más sobre el futuro de un mundo compartido por varias especies de humanos con multitud de robots y androides. Afloraron a la superficie de nuestra discusión Isaac Asimov y las tres leyes de la robótica, los Nexus 6 de “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982) inspirados por la oscura clarividencia de Philip K. Dick y sus androides que soñaban con ovejas eléctricas, “Deep Blue” y su pugna particular contra los mejores ajedrecistas de la historia. Y por supuesto Hal 9000 (Heuristical programmed ALgorithmic computer), el cíclope robot de la increíble odisea espacial imaginada al alimón por Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke.

Recientemente, la empresa japonesa "Cyberdyne" ha desarrollado un robot-traje destinado a implementar la fuerza corporal de personas mayores o discapacitadas. Tal vez inspirados por el cine y la literatura, sus responsables también bautizaron a este ingenio como Hal...

Guardo “Los robots del fin del mundo”, un recorte de Julio Miravalls publicado el 14 de enero de 2008 en el periódico “El Mundo”. Según algunas proyecciones sociales y económicas, dentro de 30 años vivirá en Japón un jubilado por cada dos trabajadores activos. Y si alguien no pone remedio, en apenas un siglo la población japonesa actual descenderá a un tercio. Parece ser que en lugar de incrementar su índice de natalidad o favorecer la inmigración procedente de otros países, los nipones han puesto sus esperanzas en la robótica.

Atesoro dicha tira periodística dentro de la cubierta de un libro, “Entre lobos y autómatas”, el galardonado ensayo de Víctor Gómez Pin sobre la causa del hombre, gracias a cuya lectura algunos cosmopolitas domésticos contemplamos vacilantes la coincidencia genética del hombre con otros primates y sus consecuencia, como en la recordada saga de “El planeta de los simios”, pasando por la eugenesia anunciada en “Gattaca” (Andrew Niccol, 1997), hasta alcanzar los todavíaa ignotos territorios de la inteligencia artificial mitificados en la sobrevalorada “Yo, robot” (Alex Proyas, 2004).

Y traemos todo esto a colación ante dos recientes informaciones sobre el progreso robótico cuando apenas el siglo XXI termina de agotar su primera década. 

En la Universidad de Aberdeen están trabajando con un robot capaz de debatir con los humanos, justificando y discutiendo todas sus actuaciones. 

Al otro lado del charco, en la Universidad de Northeastern (Boston, Massachusetts), han realizado una serie de experimentos con un grupo de estudiantes y un robot muy particular llamado Nexi. Los resultados han sido publicados en la revista “Psychological Science” revelando que existen cuatro gestos de seguridad que alertan a nuestro cerebro sobre la desconfianza en determinados individuos: cruzar los brazos, frotarse las manos o la cara, inclinarse hacia atrás o alejarse de nosotros.


Ya lo saben. Si acuden a una sucursal bancaria para obtener un crédito y su interlocutor les recibe repantingado en su sillón, parapetado tras una amplia mesa de despacho marcando las distancias, con los brazos cruzados, que solamente descruzará para frotarse varias veces la cara cavilando ante sus súplicas, no aguarden ni un instante más para terminar contemplando cómo se frota las manos mientras ustedes se han encadenado durante varios lustros a la galera de su hipoteca. O mejor, lleven con ustedes a un robot polemista. Quizás tengan más éxito.

19 septiembre 2012

ENFERMEDADES MITOCONDRIALES




En los pasados días, los medios de comunicación se han hecho eco de la controversia suscitada en el Reino Unido ante la posible puesta en marcha de técnicas biomédicas que eviten en el futuro graves enfermedades genéticas. En este sentido, ha estado trabajando un grupo de investigadores de la Universidad de Newcastle capitaneados por Doug Turnbull.

En realidad nos estamos refiriendo a un escaso número de patologías, causadas por unas 200 mutaciones, con una prevalencia estimada de 1 caso por cada 5000 nacimientos. Dependiendo de su gravedad, pueden afectar en mayor o menor medida al sistema nervioso (casi en la mitad de las ocasiones), corazón, hígado, riñón, músculos, sistema respiratorio y sistema endocrino del paciente. La primera de ellas fue descrita hace 50 años por el Dr. Rolf Luft, de la Universidad de Estocolmo.

Las mitocondrias son unos órganos celulares muy particulares. Su función principal es generar energía celular. Pero también son las únicas dotadas con material genético fuera del núcleo. Este ADN se transmite siempre de madre a hijos. Hablando en plata, los padres no pintan nada en esta herencia. Si consiguiéramos eliminar todas las mitocondrias maternas dañadas, resultaría imposible la transmisión a su descendencia de este tipo de patologías.

Para ello, uno de los procedimientos valorados es el siguiente. Se obtiene un óvulo de la madre transmisora de la enfermedad. Se le extrae el núcleo y éste es implantado en un óvulo sano de la mujer donante, sustituyendo su núcleo. El resultado es un óvulo con el ADN nuclear de la madre biológica y el ADN mitocondrial de la madre donante. Posteriormente, este óvulo reprogramado es fecundado en el laboratorio con espermatozoides del padre (o de un donante anónimo, si esto fuera necesario). 

Desde que se pusieron en marcha las técnicas de fecundación in vitro, nuevos dilemas éticos han saltado a la palestra. Es indudable que mediante estos procedimientos miles de parejas han podido tener hijos propios, y que en un futuro muy cercano muchas enfermedades genéticas serán historia. Pero también es cierto que algunos de los hijos así concebidos, o sus descendientes, podrían verse afectados al conocer que su material genético fue modificado artificialmente en un laboratorio.

Sostiene la psicóloga Lauren Slater que integramos mejor lo que se nos cuenta como un relato... 

Aquella mañana de septiembre, la pequeña Eva salió de la escuela. Delante se extendía un jardín con columpios y una fuente en forma de sirena. Mientras los familiares de sus compañeros aguardaban a la salida de clase, a ella le esperaba un cortejo muy especial. Su padre, Pedro, había aprovechado un momento libre en su céntrico despacho de abogados para acercarse hasta el lugar. De complexión atlética y mediana estatura, poseía una mirada azul especialmente luminosa. Al llegar, posó suavemente los labios en el rostro de Raquel, su esposa, que nerviosa movía adelante y atrás un cochecito de bebé, donde descansaba Miguel, un bebé con apenas 6 meses de vida, el segundo hijo de la pareja. Nuria, una hermosa joven de larga cabellera dorada, sonriendo extendió sus brazos hacia la pizpireta Eva, que se acercó a ella correteando. 

Gracias a las mitocondrias de Nuria, Eva y Miguel se había librado de padecer una enfermedad que, generación tras generación, habían ido transmitiendo las predecesoras de Raquel. Padecieron una enfermedad hoy en día conocida como neuropatía óptica hereditaria de Leber. Sin embargo, 3 de cada 4 de estas mujeres nunca llegaron a manifestar claros síntomas de esta enfermedad. Las más desafortunadas, perdieron completamente la visión. 

Unos pasos más atrás, sin que nadie se hubiera dado cuenta, una mujer observa atentamente la escena. Su nombre era Alba y portaba un ramillete de globos de colores. Alba se había encargado de traer al mundo a Eva y a Miguel. Antes de nacer los niños, Raquel y Pedro habían tenido un aparatoso accidente de tráfico. La mujer sufrió un violento traumatismo abdominal que obligó a los médicos a extirparle el útero. Alba es lo que vulgarmente se conoce como un vientre de alquiler. Durante 40 semanas, albergó en su matriz los embriones que portaban el ADN nuclear de Raquel, el ADN mitocondrial de Nuria y el material genético aportado por Pedro. 

Hoy es el cumpleaños de Eva, y todos sus progenitores han decido ir a celebrarlo juntos.


12 septiembre 2012

DIFICIL SUPERVIVENCIA




El tiempo consume al tiempo. Avanza septiembre y las calles pronto volverán a poblarse con el bullicio de los niños que van y vienen de la escuela. La emoción que provoca el reencuentro con los compañeros de pupitre se convierte en el antídoto balsámico ideal contra la nostalgia por las vacaciones estivales.

La otra tarde, el consternado Aloysius me telefoneó para comentarme que acababa de ver en la televisión una de esas llamadas películas de culto. Confluencia accidental entre la programación de relleno veraniega y las casualidades del zapping, se trataba de “Dirkie” (James Uys, 1970), película sudafricana filmada en el inhóspito desierto de Kalahari. 

El protagonista es un pequeño de 8 años que sobrevive a un accidente de aviación. Acompañado por su inseparable perrita, una entrañable terrier que incluso decide parir a su camada en medio de la aventura, durante dos semanas el niño vaga extraviado entre las dunas ocres y escarlata alimentándose de huevos de pájaro y bebiendo el agua tan escasa que recoge de algún charco solitario.

Mi atribulado amigo se preguntaba si desde el punto de vista médico podría resultar posible subsistir en semejantes condiciones, durante todo ese tiempo, en un medio tan extremadamente hostil. El Kalahari es muy árido en su área suroriental, donde recibe menos de 175 m3 de lluvia al año. Por el día, su temperatura oscila entre los 20 y los 40º C, pero por la noche puede descender hasta los 0º C, lesivas para un chico que deambula cargado con una maleta y un bolso de tela donde apenas recoge un agua a todas luces no potable. Y por si fuera poco, una hiena les persigue obcecada, acosándolos hasta la extenuación.

En este drama, la guinda del pastel la ponen un escorpión y una serpiente. La mayoría de los escorpiones resultan venenosos para el ser humano y los expertos recomiendan la atención médica inmediata ante cualquier picadura. Respecto a la serpiente, Dirkie es atacado por una cobra escupidora, probablemente una Naja anchietae, una Naja nivea o una Naja annulifera, por tratarse de géneros abundantes en aquella geografía.

El veneno de estas cobras tiene un componente neurotóxico, que causa parálisis y puede resultar letal. También contiene unas toxinas de potente efecto anticoagulante. Pero, aunque no muerdan a su víctima, el veneno escupido se comporta como un poderoso irritante. Si alcanza el ojo, como en el caso de nuestro protagonista, provoca un ardor intenso y una ceguera temporal, que puede incluso resultar permanente si no se limpia a fondo inmediatamente.

Alfred Hitchcock sostenía que el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de un pastel. También decía que el cine son 400 butacas que llenar. Apaciguo a mi querido amigo con el final feliz, para el niño y para su perrita, de esta extraña película. Y quedamos emplazados para estudiar otro día, desde el punto de vista traumatológico, cómo es posible que el oficial John McClane (Bruce Willis), de la policía de Nueva York, hubiera salido sano y salvo de “La jungla de Cristal” (John McTiernan, 1988).

07 septiembre 2012

DIFERENCIAS




La otra tarde me comentaba Aloysius su afición por ciertos libros de corte sensacionalista como “Todo lo que usted quiso saber para hacerse millonario y nunca se atrevió a preguntar” o “Adelgace usted ahora o engorde para siempre”.

Ha escogido estos temas para escribir su tesis y obtener su esperado doctorado en antropología. En algunas ocasiones, libros de este tipo encuentran su alojamiento en las estanterías pobladas con otros títulos que banalizan, por ejemplo, las supuestas diferencias existentes entre el cerebro de la mujer y el hombre. Algunos graciosos, presumiendo de ocurrentes, se han especializado incluso en esta suerte de chascarrillos y tratan de animar así el café y los postres en algunas cenas de pretendida camaradería.

En 1995, la nada sospechosa revista Science publicó un artículo sobre las diferencias sexuales en el metabolismo cerebral de la glucosa en estado de reposo. Ahí es nada. Mediante tomografía de emisión de positrones, los investigadores detectaron varias desigualdades entre mujeres y hombres en determinadas áreas cerebrales. Concluyeron que éstas podrían justificar determinadas disparidades en el procesamiento de las emociones.

Ese mismo año, la revista Nature publicaba las diferencias sexuales para el lenguaje en la organización funcional del cerebro. Mediante resonancia magnética, estudiaron las reacciones de 19 mujeres y hombres jóvenes mientras realizaban pruebas ortográficas, fonográficas y semánticas. Detectaron procesos específicos para el lenguaje, con marcadas diferencias entre ambos sexos, y las relacionaron con patrones de organización funcional cerebral también diferentes.

Pues bien. Un reciente estudio realizado por Israel Abramov y su equipo en la Universidad de Nueva York acaba de concluir que hombres y mujeres ven el mundo de diferente manera. Los resultados han sido publicados en la revista Biology of Sex Differences, y aunque esta deducción pudiera resultar baladí, han demostrado que el ojo femenino tiene una mayor capacidad para distinguir entre el tono de los colores. Esta facultad viene determinada evolutivamente, pues las hembras de nuestros primitivos antecesores desarrollaron tal habilidad durante miles de años de dedicación a las labores recolectoras.

Esta claro que las estructuras oculares son idénticas en ambos sexos. Pero los hombres han desarrollado una mayor capacidad para percibir movimientos rápidos. La justificación está en la cantidad de los andrógenos y de sus receptores cerebrales. Durante la formación del embrión, las hormonas masculinas son responsables del control del desarrollo neuronal en la corteza cerebral. Y de nuevo nos topamos con la evolución, pues probablemente esta diferencia justifique la mayor especialización de nuestros ancestros masculinos en las tareas cinegéticas. La vía de investigación permanece abierta. Alguno seguirá empeñado en distinguir entre el sexo cerebral y el cerebro sexual. Desde aquí le deseamos mucha suerte.