La otra tarde me comentaba
Aloysius su afición por ciertos libros de corte sensacionalista como “Todo lo
que usted quiso saber para hacerse millonario y nunca se atrevió a preguntar” o
“Adelgace usted ahora o engorde para siempre”.
Ha escogido estos temas para escribir
su tesis y obtener su esperado doctorado en antropología. En algunas ocasiones,
libros de este tipo encuentran su alojamiento en las estanterías pobladas con
otros títulos que banalizan, por ejemplo, las supuestas diferencias existentes
entre el cerebro de la mujer y el hombre. Algunos graciosos, presumiendo de
ocurrentes, se han especializado incluso en esta suerte de chascarrillos y
tratan de animar así el café y los postres en algunas cenas de pretendida
camaradería.
En 1995, la nada sospechosa
revista Science publicó un artículo sobre las diferencias sexuales en el
metabolismo cerebral de la glucosa en estado de reposo. Ahí es nada. Mediante
tomografía de emisión de positrones, los investigadores detectaron varias
desigualdades entre mujeres y hombres en determinadas áreas cerebrales. Concluyeron
que éstas podrían justificar determinadas disparidades en el procesamiento de
las emociones.
Ese mismo año, la revista Nature
publicaba las diferencias sexuales para el lenguaje en la organización
funcional del cerebro. Mediante resonancia magnética, estudiaron las reacciones
de 19 mujeres y hombres jóvenes mientras realizaban pruebas ortográficas,
fonográficas y semánticas. Detectaron procesos específicos para el lenguaje,
con marcadas diferencias entre ambos sexos, y las relacionaron con patrones de
organización funcional cerebral también diferentes.
Pues bien. Un reciente estudio
realizado por Israel Abramov y su equipo en la Universidad de Nueva York acaba
de concluir que hombres y mujeres ven el mundo de diferente manera. Los
resultados han sido publicados en la revista Biology of Sex Differences, y
aunque esta deducción pudiera resultar baladí, han demostrado que el ojo
femenino tiene una mayor capacidad para distinguir entre el tono de los
colores. Esta facultad viene determinada evolutivamente, pues las hembras de
nuestros primitivos antecesores desarrollaron tal habilidad durante miles de años
de dedicación a las labores recolectoras.
Esta claro que las estructuras
oculares son idénticas en ambos sexos. Pero los hombres han desarrollado una
mayor capacidad para percibir movimientos rápidos. La justificación está en la
cantidad de los andrógenos y de sus receptores cerebrales. Durante la formación
del embrión, las hormonas masculinas son responsables del control del
desarrollo neuronal en la corteza cerebral. Y de nuevo nos topamos con la
evolución, pues probablemente esta diferencia justifique la mayor especialización
de nuestros ancestros masculinos en las tareas cinegéticas. La vía de investigación
permanece abierta. Alguno seguirá empeñado en distinguir entre el sexo cerebral
y el cerebro sexual. Desde aquí le deseamos mucha suerte.
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