Cuando éramos niños, algunas previsiones
futuras despertaban nuestra admiración y perplejidad. Aquellos visionarios, considerando
el vertiginoso desarrollo de la humanidad durante el siglo XX, se animaron a
vaticinar un futuro mejor, libre de guerras, calamidades y padecimientos.
Colonias en Marte. Explotaciones mineras en la Luna. Fantásticas metrópolis
construidas bajo cúpulas en el fondo del mar. Ahora apenas llevamos una década
del presente siglo, y aunque todavía queda mucho por ver que quizás nunca veamos,
determinados avances tecnológicos nos hacen albergar renovadas esperanzas.
El
otro día comentábamos cómo una empresa está decidida a enviar a los primeros
humanos a Marte. En la era televisiva, el fabuloso presupuesto económico para
tal aventura correría a cargo de la publicidad. También manifestábamos nuestras
dudas sobre el éxito de tal evento, considerando la falta de agua potable en la
superficie marciana, la diferente gravedad y los efectos devastadores de la
radiación cósmica en un planeta sin una atmósfera protectora como la de la
Tierra.
Hay quien sigue pensando que resultaría menos complicado establecer
bases espaciales habitables que conquistar satélites y planetas. El argumento
de la recientemente estrenada “Elysium” (Neill Blomkamp, 2013) se basa
precisamente en uno de estos entornos fantásticos. El ejemplo elegido por los
guionistas es un toro (o toroide) de Stanford, una estructura geométrica en
forma de rosquilla que rota a una frecuencia determinada capaz de generar en su
interior una fuerza gravitatoria. Para un total de 10000 habitantes, se calculó
una estructura de acero de 10 millones de toneladas, con un diámetro de 1.6 kilómetros.
Esta idea data de 1975...
En 1929, el científico John D. Bernal fue un pionero en
el diseño de estaciones espaciales. Su modelo se basaba en una esfera hueca de
16 kilómetros de diámetro, capaz de albergar en su interior 25000 habitantes.
Partiendo de la idea original de Bernal, Gerard K. O´Neill propuso en 1976 otra
esfera, de 0.5 Km de diámetro, que rotaría a 1.9 revoluciones por minuto para
generar en su interior una gravedad similar a la terrestre. La forma esférica
fue la elegida para obtener una presión atmosférica óptima y para preservarse
de la radiación exterior. La luz sería aportada por el Sol, bien directamente a
través de aperturas en la estructura, bien a través de grandes espejos
reflectantes.
El propio O´Neill propuso otras configuraciones en forma de
cilindros, de 3.2 kilómetros de radio y 32 kilómetros de largo, cuyo interior
estaría acondicionado con lagos, árboles y agradables superficies para el
desarrollo humano. Anillos exteriores albergarían las zonas agrícolas e
industriales. Finalmente, en 1997, Forrest Bishop propuso su anillo rotatorio, capaz
de generar gravedad también a partir de la fuerza centrífuga. Al proponer el
uso de nanotúbulos de carbono, muy ligeros y resistentes, las dimensiones serían
mucho mayores, llegando a alcanzar superficies equivalentes a las de Argentina
o la India.
Sostiene Aloysius que parece mucho más sencillo diseñar grandes
construcciones espaciales que establecer el modelo social y de convivencia para
esas futuras colonias humanas en el cosmos. Porque, si van a copiar los
actuales imperantes en la Tierra, entones ¿para qué tantos esfuerzos?