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07 agosto 2013

HAMBURGUESAS


El domingo al mediodía, mis pasos se cruzaron con los de una singular comitiva. Una docena de escolares, uniformados todos con el mismo chándal, se dirigían hacia el centro comercial con sus monitores deportivos. Uno de los adultos, para animar la excursión, comenzó a canturrear, a viva voz: ¡ensaladas!, ¡ensaladas!, ¡ensaladas!... Tras un instante de silencio, aquella chiquillería al completo comenzó a gritar: ¡hamburguesas!, ¡hamburguesas!, ¡hamburguesas!... Entonces comprendí por qué el inefable devorador de hamburguesas llamado Pilón (Wimpy para los americanos) le había ganado la partida a Popeye y a sus insulsas espinacas. A tomar por saco la leyenda urbana de los saludables vegetales verdes. 

Dicen que fueron los emigrantes alemanes que partían desde el puerto de Hamburgo en el siglo XIX, los encargados de llevar aquellos especiales filetes de carne picada hacia los Estados Unidos. La pujante industria alimentaria de una nación transformándose con celeridad hizo el resto. 

Sostiene el circunspecto Aloysius que desde hace tiempo hemos perdido la batalla contra la “Fast food”, comida rápida, comida basura, comida chatarra, como prefieran. Los modernos chefs, adelantándose a tan sonora derrota, reivindican ahora las modestas hamburguesas en sus más sofisticadas y saludables versiones. Existen hamburguesas vegetarianas, a base de proteína de soja (como el tofu) o de derivados del gluten de trigo (como el seitán), e incluso hamburguesas de pescado, generalmente elaboradas con atún. 

Los detractores de las hamburguesas esgrimen sus potentes razones. Para obtener un kilo de carne de vacuno se consume 12 veces más agua que para elaborar un kilo de pan, 64 veces más que un kilo de patatas y 86 veces más que un kilo de tomates. Hay quien se atreve a ir más lejos, responsabilizando del mismísimo calentamiento global a los gases liberados por las deyecciones bovinas. 

En el año 2011, muchos nos escandalizamos con las recomendaciones gastronómicas del Dr. Mitsuyuki Ikeda, un investigador japonés de los Laboratorios Okayama, capaz de desarrollar apetitosos filetes de carne a partir de los deshechos obtenidos en las alcantarillas. Utilizando elementos procedentes los flujos fecales consiguió bistecs con un 63% proteínas, 25% hidratos de carbono, 9% minerales y 3% lípidos. Un oportuno baño de color rojo junto a un toque de soja, para matizar el sabor, completaron tan exquisito producto.

Pero siempre hay otra vuelta de tuerca. El Dr. Mark Post, cardiólogo de la Universidad de Maastricht, acaba de presentar en sociedad su hamburguesa in vitro, elaborada en el laboratorio a partir de células madres musculares obtenidas del hombro de una vaca. A partir de aquí, comiencen ustedes a elucubrar. Posiblemente se quedarán cortos. Sin lugar a dudas, la producción industrial de hamburguesas de carne artificial contribuirá a atizar furibundas controversias éticas y culturales. Nos revelamos con repugnancia y estupor contra aquellos países orientales que se comen a sus perros y a sus gatos, mientras en Occidente hacemos lo mismo con vacas, terneros, cerdos, cochinillos, corderos, cabritos, conejos, aves y caza. 

Dicen que somos lo que comemos, que los primates humanos somos omnívoros: ¿será verdad?

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