Vayan por adelantado mis
disculpas a los editores de la prestigiosa revista médica “The Lancet”, por
fusilarles parte del título de un artículo publicado recientemente en su edición
digital. Sin un optimismo excesivo, aporta noticias esperanzadoras. Y es que, a
nivel comunitario, la lucha contra la obesidad comienza a convertirse en una
tarea menos complicada que cazar gamusinos.
La Organización Mundial de la Salud
(OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) llevan tiempo advirtiéndonos
del peligro que suponen para nuestra sociedad la obesidad y las enfermedades crónicas
asociadas a ella: diabetes tipo II, hipertensión arterial, cardiopatía isquémica
y algunos tipos de cáncer. Curiosamente, al revés de lo que ha venido ocurriendo
a lo largo de la historia, en nuestros días la obesidad se relaciona con unos menores
ingresos económicos. Parece ser que los precios más baratos de los alimentos corresponden
a aquellos productos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal, y pobres en calcio,
hierro, vitaminas y minerales.
Las familias con mayores recursos económicos
pueden acceder, por término medio, a una variedad de 250 alimentos diferentes,
mientras que las clases sociales más deprimidas compran apenas 2 decenas de
productos alimenticios...
Retomando el editorial de “The Lancet”, los Centros
para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos han
revelado una tendencia a la baja en la prevalencia de la obesidad en niños en
edad preescolar pertenecientes a las familias con ingresos económicos más bajos,
un grupo de población especialmente vulnerable. A pesar de estos datos
esperanzadores, los expertos se quejan de las dificultades que se encuentran a
la hora de determinar cuáles son las medidas sanitarias más eficaces para
continuar adelgazando a los gordos.
Los diferentes estados que conforman la
potencia norteamericana difieren notablemente en sus políticas de salud pública,
en sus programas educativos y de fomento de una alimentación sana y de una
actividad física aceptable.
Hete aquí el primer obstáculo administrativo, que
bien podría trasladarse a la Comunidad Europea y, por qué no, a nuestro propio
país, con 17 sistemas autonómicos de salud pública desigualmente gestionados. Está
demostrado que las medidas más efectivas para combatir la obesidad y su cohorte
de enfermedades satélites deben comenzar desde la más tierna infancia. Aquí,
una vez más, padres, educadores y cuidadores desempeñan un papel esencial.
Los
expertos recomiendan potenciar el acceso a los campos de juego fuera del
horario escolar, agua potable gratuita (evitaría el consumo de bebidas
edulcoradas) y almuerzos y meriendas saludables. Pero, para llegar a buen
puerto, estas medidas requieren el compromiso decidido de las autoridades
locales.
En su informe de 1993, el Banco Internacional para la Reconstrucción y
el Desarrollo concluía que la esperanza de vida al nacer había aumentado en
nuestro planeta hasta los 63 años, que la viruela había sido erradicada y que
se habían reducido drásticamente los casos de sarampión y poliomielitis. A ver
si algún día de un futuro cercano, podemos leer en informes similares noticias
tan alentadoras respecto a la lucha contra la obesidad. Apostamos que sí.
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