Hace unos días, respecto a la pandemia de COVID-19 que mantiene en jaque a todo el planeta, un titular de The Economist en su sección de ciencia y tecnología destacaba que cuanto mayor fuera el número de infecciones asintomáticas en una comunidad, antes se alcanzaría la inmunidad de rebaño.
Al leerlo, se vino a la memoria el planteamiento de algunos líderes mundiales que parecían anteponer sus intereses económicos particulares por encima de los sanitarios. Grosso modo, su tesis defendía que cuanto antes se contagiara toda la población, la mayoría superaría la enfermedad y de paso quedaría inmunizada contra el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Uno de los abanderados de este planteamiento fue en su día el controvertido Boris Johnson. Quizás su paso por el hospital y la UCI le hayan hecho cambiar de opinión.
Retomando nuestro entorno con un sencillo modelo matemático, en una ciudad de aproximadamente 100000 habitantes, sin ninguna medida de aislamiento, en apenas 2 semanas se habría contagiado el 70% de la población. El 30% restante, probablemente no presentaría síntoma alguno. Del total de infectados, 56000 prójimos se recuperarían de una enfermedad leve, tras una cuarentena en sus domicilios. Pero unos 2500 tendrían que ser hospitalizados, muchos en las unidades de cuidados intensivos, en un número tal que a buen seguro provocarían el colapso total de nuestro sistema sanitario en apenas unas horas. El número de fallecidos alcanzaría seguramente varios centenares, una tragedia completamente inaceptable.
En Estados Unidos, al principio de la pandemia, el mismísimo Donald Trump se conformaba con superar la crisis económica y sanitaria a costa de 250000 compatriotas fallecidos. Aún así, considerando el terrible supuesto que les presentamos, ¿quedaría garantizada la inmunidad de rebaño para todos los demás?; ¿estaríamos mejor preparados para soportar así oleadas posteriores de esta enfermedad?
Como nos enfrentamos a una patología desconocida, no podemos asegurar ni siquiera cuánto durará la inmunidad de los que hayan superado la infección. Para ello serán necesarios estudios epidemiológicos capaces de cuantificar los anticuerpos presentes en la sangre de estas personas, especialmente las inmunoglobulinas de tipo G.
En esa línea se van a desarrollar inminentemente varios estudios, probablemente uno de los más ambiciosos en nuestra comunidad autónoma gallega. Por si no fuera suficiente, sin abandonar las predicciones estadísticas, un reciente informe de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) ha revelado que el confinamiento de la población española ha reducido casi un 80% la potencial expansión de este coronavirus. Su traducción práctica representa 220000 hospitalizaciones menos, evitando 26000 ingresos en UCI y unas 46500 muertes. Nos preguntamos cuál sería el precio real de nuestra inmunidad de rebaño. Preferimos esperar por la ansiada vacuna.