El 4 de junio, el suplemento tecnológico que publica el prestigioso MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) se hacía eco de un artículo reciente de la revista Nature Human Behaviour, sobre las denominadas burbujas sociales y la prevención de la tristemente conocida Covid-19.
Cuando todavía nos estamos preguntando qué va a ocurrir después del durísimo confinamiento que hemos padecido, y cómo el retorno a la nueva normalidad modificará nuestro comportamiento, un grupo de expertos sociólogos de la Universidad de Oxford estudió mediante modelos informáticos de simulación las mejores medidas para afrontar las adversas consecuencias sociales, psicológicas y económicas inherentes a la necesidad de un nuevo confinamiento total o parcial.
La primera estrategia consideraba mezclarse solo con otras personas con un rasgo común, como ser del mismo vecindario o tener la misma edad. Podría ser útil en determinadas empresas, que así mitigarían el riesgo de transmisión generalizada.
Una segunda táctica sería vincularse a grupos con sólidos lazos sociales, como agrupaciones de amigos que a su vez fueran amigos entre sí.
Pero las que mejores resultados demostraron fueron las burbujas sociales, donde un grupo elige su propio círculo social y todos permanecen dentro de él. En la práctica, ya vimos como éstas dieron sus frutos durante la fase más álgida de la pandemia, evitando el contagio y la propagación de la Covid-19 en ciertas residencias de mayores donde se aislaron a la vez cuidadores e internos.
Nos gustaría destacar que las tres tácticas anteriores resultaron más efectivas que el mero distanciamiento social aleatorio, donde restringimos el número de contactos personales, pero mantenemos el trato con prójimos de otros grupos diferentes, algo que ha estado ocurriendo en la práctica durante estas últimas semanas.
Ahora bien, según los programas de análisis informáticos de Oxford, las burbujas sociales obtuvieron los mejores resultados: 37% de retraso de la tasa de infección máxima, 60% de disminución del pico de infecciones y un 30% menos de personas infectadas. Pero no todo es oro lo que reluce en Oxford.
Casi a la par del artículo del MIT, el grupo dirigido por Julian Savulescu, bioeticista y director del Centro para la Ética Práctica de esta afamada universidad británica, publicó un artículo en The British Journal of Anaesthesia, donde recomienda en líneas generales a todos los países la asunción de estrategias para la asignación de los recursos sanitarios en situaciones de escasez y emergencia (como las vividas últimamente), según las posibilidades de supervivencia de los pacientes y la duración del tratamiento necesario. Sus controvertidas conclusiones son dignas de un comentario especial.