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15 julio 2025

MIENTRAS EL TIFUS NO PASE DE POPA


Sobre la condición humana existen escenas literarias más narrativas que cualquier sesudo tratado filosófico.

En “Los premios” (Julio Cortázar, 1960), un pasajero llamado Trejo se inquieta por si alguien a bordo de su barco pudiera tener tifus. El Dr. Restelli, con su seguridad de clase y su superioridad profesional, le responde sin inmutarse: - “Sí, pero está en la popa, entre la tripulación, no pasa nada” -. Y la conversación prosigue, como si nada se hubiera dicho, como si la infección fuera un asunto administrativo, una pequeña molestia que atañe solo a los de la sentina. Un diálogo exiguo que contiene un mundo entero. 

Porque, en el fondo, lo que Restelli advierte es que el peligro no importa si afecta solo a los otros, a los pasajeros sin nombre ni rostro, a los que trajinan en la sala de máquinas y duermen en literas metálicas. El tifus, mientras no se disemine de la popa a la proa, no merece la alarma. Es la misma lógica que nos lleva a ignorar la pobreza mientras no golpee nuestra puerta, a despreciar la tuberculosis si se restringe al gueto, a relativizar las muertes en Gaza, el Congo o Ucrania, porque suceden lejos. El no pasa nada del Dr. Restelli significa en realidad no me ocurre a mí. Todo controlado. 

Cortázar era un maestro en desnudarnos. El Malcolm, el navío de esta novela, representa un microcosmos social, con sus compartimentos estancos, filtrando el lujo de la miseria, con un cuaderno de bitácora que nadie comprende y un desconocido destino. La popa y la proa están divididas por más que un simple pasillo. Allí el tifus no es solamente una bacteria; es el recordatorio de que la enfermedad, la miseria o la injusticia existen aunque no podamos verlas. El problema no es la dolencia, sino la indiferencia. Es la sensación de creer que lo ajeno no puede afectarnos, que la suerte nos inmuniza para siempre. 

Continuamos escuchando el mismo argumento en boca de quienes deciden: no pasa nada si las colas del hambre se forman en los barrios marginales, si la violencia sucede al otro lado del océano, si la inflación golpea solo a los más necesitados. 

Mientras no se encarame a primera clase, el germen puede seguir aniquilando a los de abajo. Permanecemos convencidos de que el mundo se reparte entre los que importan y los que estorban. Sostiene Aloysius que Cortázar escribió su libro hace décadas, pero que el Dr. Restelli y el Sr. Trejo continúan a bordo. Viaje con nosotros, si quiere gozar. 

Su buque navega hacia un destino incierto, con los pasajeros charlando animadamente sobre cubierta y la tripulación febril en la popa. Porque mientras sigamos pensando que nada pasa, y que el problema es distante, la proa no tendrá futuro. Al final, lo más contagioso es la indiferencia. Y su mortandad absoluta.



06 julio 2025

CAMBOYA, 1978 Y LA SUBJETIVIDAD



"Camboya, 1978" (Rithy Panh, 2024) nos muestra el peligroso viaje que emprenden tres periodistas franceses invitados por el sanguinario régimen de los jemeres rojos (abril 1975 - enero 1979, con el genocida Pol Pot a la cabeza.

Se calcula que la imposición de su política de extrema izquierda, una mezcla de estalinismo y maoísmo, agrarismo, nacionalismo, anticolonialismo y autarquía se llevó por delante la vida de entre 1,5 y 3 millones de camboyanos, desplazados desde los núcleos urbanos al campo para trabajar en comunas, bajo estricta vigilancia militar y la constante amenaza de torturas y asesinatos, de las que ni siquiera se libraron los niños, las mujeres y los ancianos, ni muchos de los devotos partidarios del régimen de terror.


Los periodistas son Lise Delbó (Irène Jacob), Paul Thomas (Cyril Gueï) y Alain Cariou (Grégoire Colin). Precisamente éste último, comunista convencido y posteriormente desengañado por las atrocidades de las que va siendo testigo, mantenía contacto regular con Pol Por desde los años en que el líder camboyano fue estudiante en París.

De los tres sólo retornó con vida a casa la mujer.

A propósito de la subjetividad, existe una escena en la que los jemeres rojos se burlan de la estulticia occidental personificada en el condescendiente Cariou, al que colocan con los ojos vendados por un krama delante de la figura de un elefante artesanal de cartón piedra.

Sin saber qué realmente está tocando, el incauto periodista va identificando erróneamente cada parte aislada del animal, confundiendo la trompa con la corteza de una palmera, la oreja con un abanico y la cola con un manojo de cabellos.



A PROPÓSITO DE LA SUBJETIVIDAD COMO UN PROCESO DINÁMICO

La subjetividad no es una propiedad inmutable y permanente. Se trata de un proceso en constante construcción, el punto de partida desde el cual cada persona se proyecta, crea sentido, se relaciona y construye su mundo.

Este proceso está influenciado por múltiples factores:
  • Colectivos e institucionales, como la familia, la escuela, los medios de comunicación, el lenguaje y los valores culturales que interiorizamos.
  • Individuales y psíquicos, relacionados con nuestra historia personal, emociones y vivencias únicas.
De esta manera la subjetividad se manifiesta como un sistema de creencias, deseos y aspiraciones, que expresa tanto nuestra manera de estar en el mundo como nuestra capacidad de transformarlo. 

Cada persona desarrolla su propia utopía: una visión sobre lo que es y lo que podría llegar a ser. En el horroroso caso de los jemeres rojos, el pretendido retorno a los orígenes campesinos del pueblo camboyano colisionó dramáticamente contra los conflictos de intereses de las grandes potencias (EE.UU., URSS y China) y sus vecinos indochinos (Vietnam, Tailandia y Laos) en aquel complicado tablero sociopolítico.

El objetivo de la revolución camboyana era hacer tabla rasa con el pasado. Y esta idea podría resumirse en la frase supuestamente pronunciada por Pol Pot, a su vez atribuida a Georges-Jacques Danton en el contexto de la Revolución Francesa y el Reinado del Terror: "hay que ser terrible (implacable) para evitar que el pueblo tenga que serlo"


Poster de "Danton" (Andrzej Wajda, 1983)

Todavía en el mundo actual, marcado por la velocidad, la tecnología, la productividad y la incertidumbre, el proceso de la subjetividad sigue encontrándose terciado por múltiples tensiones y contradicciones. 

Estas presiones pueden dar lugar a sensaciones de ansiedad, angustia o vacío existencial, pero también son espacios desde los que crear nuevas formas de vida más auténticas.

La subjetividad es siempre movimiento: un proceso de construcción, proyección y sentido que define la manera en que habitamos el mundo.