Estaba la otra tarde Aloysius desempolvando viejos discos de vinilo guardados en unas cajas del desván cuando de repente se encontró un ejemplar del “Nat King Cole canta en español”. ¿Cuántas veces habremos escuchado aquella añeja versión del tema “Ansiedad”?; ¿cuántos amores se habrán gestado en este planeta al compás de tales acordes tradicionales?. Los trastornos ligados al estrés y a la ansiedad son la primera causa de absentismo laboral en nuestro país, muchas veces asociados a la depresión. Y eso que en España todavía parece disfrutarse de un ritmo de vida que ya quisieran en otras muchas naciones europeas, mal que le pesen al Fondo Monetario Internacional y a mister Euribor. Los médicos deberíamos entender la ansiedad como una situación no patológica, es decir, como un componente normal de la vida cotidiana, conducta tal vez heredada de nuestros primitivos ancestros que se pasaban la mayor parte de su vida en situación de alerta para poder sobrevivir jornada tras jornada. Algo similar podemos observarlo en los animales, nuestros parientes más cercanos, ya que cuando se enfrentan a una situación de peligro responden con comportamientos de huída o de lucha. ¿Qué ocurre entonces en nuestra particular jungla de asfalto? No todos estamos dotados de una misma capacidad de respuesta ante situaciones de estrés: la presión laboral, una desengaño sentimental o la pérdida de un ser querido, generalmente se convierten en circunstancias desagradables en nuestro devenir cotidiano, si bien algunos prójimos desarrollan ante las mismas una respuesta exagerada que se convierte en síntomas y en enfermedad. Como muy bien decía Enrique Echeburúa, Catedrático de Terapia de la Conducta de la Universidad del País Vasco, en los trastornos de ansiedad la respuesta al miedo o al estrés funciona como un dispositivo antirrobo defectuoso, que se activa y pone a funcionar la alarma ante un peligro inexistente. Todavía sigue siendo difícil diferenciar entre ansiedad y angustia, palabras que además comparten la misma raíz etimológica. Los expertos entienden que la ansiedad se encontraría más ligada a una sensación de agudo desasosiego, que mantendría al paciente en tensión y con sensación de ahogo permanente, mientras la angustia se representaría en un nivel mucho más visceral, relacionada con sensaciones de tipo opresivo que mantendrían al enfermo cautivo del miedo a enloquecer o a la muerte inminente. Dejando a un lado clasificaciones académicas, en la práctica el tratamiento de los estados patológicos de ansiedad y angustia se basa fundamentalmente en medicamentos y en terapias psicológicas específicas. Al igual que Lou Marinoff, autor de aquel éxito de ventas de antaño titulado “Más Platón y Menos Prozac”, defiende Aloysius las bondades de los nuevos usos de la filosofía clásica para combatir la ansiedad, la angustia y la depresión que nos causa el ser mujeres y hombres contemporáneos. En esta línea les recomiendo la lectura de la pequeña gran obra titulada “El primer trago de cerveza”, de Philippe Delerm, delicioso breviario que nos enseña a disfrutar de los pequeños placeres de la vida, como por ejemplo ver un película en el cine, ponerse un jersey en otoño, oler las manzanas que maduran en el sótano o leer el periódico mientras desayunamos, como hoy. Y es que mojarse las alpargatas es conocer el amargo placer de un naufragio completo. |
14 junio 2006
¿ANGUSTIA O ANSIEDAD?
LA COVADA
En una escena intimista de “El paciente inglés” (Anthony Minghella 1996) el conde László Almásy (Ralph Fiennes) susurra al oído de su amada Catherine Clifton (Kristin Scott Thomas) los nombres de los vientos del desierto: el Ghibli, el Aajej, el Simún, el Harmattan o viento rojo. Alguna que otra de estas tórridas corrientes aéreas anda calentando nuestra ciudad en estos días de estío adelantado al final de la primavera. Igual de candente se encuentra la actualidad política a propósito de las negociaciones con la ilegalizada Batasuna en el País Vasco y al desarrollo de la campaña por el Estatuto de Cataluña, donde los responsables máximos de la movida independentista piden ahora el NO exactamente igual que los fachas del PP, pero claro está por motivos bien diferentes. Una auténtica covada para estadistas de salón. Mientras pasa todo esto, el pueblo en general se entretiene pensando en las próximas vacaciones veraniegas, titubeando aún entre los rescoldos de los macro - funerales de Rocío Jurado y la confianza ciega en que la selección española gane por fin un campeonato mundial de fútbol; ni Zapatero se atrevió a apostar por ellos y ya saben ustedes que nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas, como diría Anatole France. Y hablando de tocar las pelotas, he leído unas simpáticas anotaciones pertenecientes al libro de Adele Gelty titulado “La diosa Madre de la naturaleza viviente”, en las que cuenta una sana costumbre de los indios huicholes de Méjico. En esta cultura se piensa que el hombre y la mujer deben compartir tanto el placer del embarazo como los dolores del parto; por este crucial motivo, mientras ellas dan a luz ellos se colocan sentados sobre unas vigas situadas a la cabeza de la parturienta, con una cuerda atada a los testículos. Es fácil que mientras la madre se retuerce de dolor (y de alegría) tire de la cuerda al ritmo de las contracciones. Dice la autora del libro que este acto contribuye a una actitud paterna solidaria, como si de un empollamiento del nuevo hijo se tratara. Por preferir, la mayoría de los machos nos inclinaríamos hacia la covada, del latin cubare – guardar cama durante el puerperio -; narrada ya en la antigüedad por Apolonio de Rodas en su obra Los Argonautas, el padre sustituye a la madre en el lecho una vez se ha producido el nacimiento del hijo para alimentarle, cuidarle y darle cobijo. Esta costumbre estuvo muy extendida entre algunas comunidades, como por ejemplo los corsos, los vascos (J. A. Zamácola, Historia de las naciones Bascas, 1818), los canarios y los ibicencos. En el siglo XX se ha constatado la covada en Laponia, Borneo, Inglaterra, Francia, Brasil, Alemania... Hasta el mismísimo Sigmund Freud le encontró una explicación a tan peculiar demostración: en su disertación sobre los celos femeninos del pene, el padre del Psicoanálisis justificó la sustitución paternal de la puérpera en el lecho del recién parido como un acto de lucimiento del miembro viril ante las vecinas. Dentro de su particular concepción del mundo que nos rodea, interpreta Aloysius que la covada ocurre por la envidia ancestral que el género masculino tiene del femenino dada nuestra incapacidad para parir. Con mucha cautela le prestaremos atención a tales aseveraciones, ya que está muy preocupado porque su perra acaba de parir seis cachorros el día sexto del sexto mes del sexto año del presente siglo: ¿el número de la Bestia?. |
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