Decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. Ya sea de esta sencilla manera, o porque más bien estemos ante una maravillosa caja de sorpresas, lo cierto es que cuando destapamos la bombonera de la vida a veces nos encontramos con hechos portentosos. Y es que tampoco resulta ya extraño que en el mundo de la medicina estas situaciones sean fruto de la pura casualidad.
Hoy les voy a contar la historia anónima de una niña de 9 años de edad. Cuando tenía 3, comenzó a presentar un tipo de crisis epilépticas conocidas como convulsiones mioclónicas, movimientos rápidos y contracciones bruscas de un grupo de músculos que solían repetirse varias veces al día y durar varias jornadas. Los médicos que la trataban se quedaron estupefactos. Le practicaron unas pruebas de imagen que demostraron que la pequeña carecía de hemisferio cerebral derecho. Hasta entonces, nadie se había percatado de esta singular peculiaridad.
Sostiene Aloysius que lo más parecido que ha visto a un cerebro humano es una nuez, nutritivo bocado protegido dentro de su cáscara rugosa, su pequeño cráneo vegetal. Si conseguimos extraer el fruto entero, sin fragmentarlo, podemos imaginarnos que se encuentra dividido en dos fracciones simétricas, en dos hemisferios (derecho e izquierdo) exactamente como nuestro cerebro. Quizás simplificando en exceso, los especialistas estiman que el hemisferio izquierdo controlaría aquellos procesos mentales relacionados con la lógica, el razonamiento, el análisis, el lenguaje, los números y la abstracción. A su vez, la parte izquierda de nuestro cerebro integraría las emociones, los colores, la música, el reconocimiento de las formas, la imaginación y la creatividad en general.
Grosso modo, considerando la motilidad, la mitad derecha del cerebro regula la parte izquierda del cuerpo y viceversa. Respecto a la visión, el nervio óptico derecho se conecta con el hemisferio izquierdo y el nervio óptico izquierdo con el derecho, gracias al entrecruzamiento que se produce precisamente en el llamado quiasma óptico.
Pues bien, la niña en cuestión dispone de una visión perfecta, siendo capaz de patinar y montar en bicicleta coordinadamente. Gracias a la plasticidad neurológica, sus nervios retinianos izquierdos se han conectado con el tálamo y el córtex visual izquierdo, lo que faculta la cobertura total de ambos campos visuales. Insólito y turbador.
Siguiendo con el sentido de la vista, el otro día el circunspecto Aloysius estuvo trajinando con sus nuevas gafas para ver de cerca. Se las quitó y se las puso varias veces, las guardó en un bolsillo de su americana, luego en otro, las posó sobre la mesa de su despacho, se las probó delante del espejo, las metió en la funda y volvió a sacarlas… Más tarde, era incapaz de recordar dónde las había dejado. Cuando se iba a acostar para dormir, una luz se encendió en su memoria.
Finalmente recordó haberlas colocado dentro de la guantera de su coche. Su hemisferio cerebral derecho había funcionado utilizando los datos proporcionados por el izquierdo. Desde entonces se encuentra mucho más tranquilo, pues de paso entendió por qué hay tantos enterados y enteradas pululando por esos mundos de Dios con la mitad de sus cerebros funcionando a medio gas. Así nos va.