Como dice el tópico, mucho ha llovido desde entonces, pero todavía conservo un recuerdo entrañable de aquella tarde de cine en la que contemplé por primera vez “El planeta de los simios” (Franklin J. Schaffner, 1968). Reconozco que me sobrecogió la escena final en la que el astronauta Taylor (Charlton Heston) se enfrentaba desolado a la cruda metáfora del futuro de la humanidad, postrado ante las ruinas de una Estatua de la Libertad semienterrada en una playa, allá por el año 3978…
Posteriormente se han filmado secuelas, nuevas adaptaciones, series de TV y animación, e incluso más recientemente una película que supone una vuelta de tuerca al argumento. Esta precuela relata los orígenes de la liberación simia, cómo una supuesta investigación científica destinada a curar la enfermedad de Alzheimer desemboca en la creación de César, un chimpancé superdotado con cualidades humanas.
En 1961, otro chimpancé llamado Ham voló al espacio exterior en el proyecto Mercury, regresando sano y salvo a nuestro planeta…
El Proyecto Gran Simio se gestó en 1993, a partir de los trabajos y opiniones de un amplio grupo de filósofos (encabezados por Peter Singer), psicólogos y expertos en primates (como Jane Goodall), con la finalidad de reivindicar los derechos morales y legales de los chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos: salvaguarda de la vida, protección de la libertad individual y prohibición de su tortura, llegando incluso a limitar la investigación biomédica con estos grandes primates. Todavía se mantiene abierta la controversia entre partidarios y críticos de estas medidas. Regresando al fascinante mundo del cine, la saga de Tarzán fue pionera en el reconocimiento especial de unos animales que comparten con los humanos una gran parte de su genoma.
Sostiene Aloysius que el maltrato a cualquier animal es un hecho incivilizado y moralmente reprobable. A medida que la ciencia y la técnica avanza, muchos experimentos que antaño los empleaban están siendo superados por otros en los que el sufrimiento está ausente y proscrito (modelos informáticos y virtuales). Hoy traigo a colación todas estas cuestiones debido a dos informaciones aparecidas recientemente en los medios de comunicación. La primera de ellas hacía referencia al supuesto embarazo de una joven del Amazonas que convivía con un mico como mascota. Por sólidas cuestiones científicas este caso resulta increíble, a pesar de que la noticia afirmaba que los médicos que atienden este caso habían certificado que el ADN del feto corresponde al de un simio.
La segunda es una alerta de la Academia de las Ciencias de Gran Bretaña sobre supuestos experimentos en los que células humanas son insertadas en el organismo de macacos. ¿Podría un simio llegar a adquirir capacidades cognitivas humanas gracias a determinados implantes neuronales? ¿Será posible en un futuro la creación de una nueva especie que comparta genes de humanos y simios? Una vez más, la literatura y el cine nos avanzaron sus respuestas en “La isla del Dr. Moreau”. El iconoclasta Aloysius también se decanta por esta senda caliginosa; afirma conocer a un tipo con pinta de gorila que tiene 3 hijos preciosos.