Sostiene
el hierático Aloysius que ante la ley y la muerte todos iguales,
supuestamente, pero en muchas otras facetas de la vida parece ser que
no lo somos tanto. Nos explicamos. Hace tan solo unos meses,
diferentes expertos en investigación de la salud reunidos en Madrid
nos alertaban sobre la menor presencia de las mujeres en los ensayos
clínicos farmacológicos, donde los varones continuamos siendo
mayoría. Dejando a un lado las características más propias del
género, como las referentes a las enfermedades de la próstata en
los hombres y las relacionadas con patologías ginecológicas en las
mujeres, lo cierto es que se ha demostrado que la respuesta
terapéutica a determinados medicamentos, como el tan socorrido
paracetamol o los ansiolíticos, varía notablemente si el paciente
es femenino o masculino.
Esta
queja viene a unirse a otra antigua reivindicación. La mayoría de
los grandes ensayos clínicos clásicos se han realizado con
población occidental de raza blanca, sin contar con grupos de
pacientes pertenecientes a otras etnias o linajes. Reumatólogos del
Hospital General de Massachusetts (Boston) describieron que los
pacientes de color o asiáticos presentaban un mayor riesgo de
reacciones cutáneas graves al alopurinol, el medicamentos más usado
en los Estados Unidos para el tratamiento de la artritis gotosa. Un
reciente estudio ha desvelado este misterio, pues realmente es una
variante genética concreta la implicada en la génesis del problema.
Respecto
al sexo, la FDA norteamericana, el organismo oficial encargado de las
autorizaciones necesarias para nuevos medicamentos y alimentos,
detectó un 40% de diferencias farmacocinéticas entre hombres y
mujeres en 11 fármacos estudiados entre los años 1995 y 2000,
concluyendo que el sexo femenino constituye un factor de riesgo a la
hora de presentar efectos adversos de especial relevancia clínica.
Para entendernos mejor, simplemente recordar que la farmacocinética
estudia el tránsito de los medicamentos a través de nuestros
organismos, en función del tiempo y de la dosis. Por si fuera poco,
los expertos están hablando ya de la feminización de algunas
patologías, como los trastornos de la alimentación, ya que el el
90% de las afectadas por anorexia a nivel mundial son mujeres. En
otros casos, como en la osteoporosis, si bien la prevalencia en las
mujeres es mayor que en los hombres, se ha constatado que nosotros
también iremos perdiendo paulatinamente masa ósea con el paso del
tiempo.
Si
nos ceñimos a los ensayos clínicos con fármacos empleados en
pediatría, las reclamaciones de los expertos resultan semejantes.
Desde hace años sabemos que las medicinas varían sus efectos en los
lactantes y en los niños respecto a los adultos, aún cuando se
hayan realizado los cálculos más escrupulosos de dosis
proporcionales según el peso o el área de superficie corporal
estimada. De ahí la complejidad del diseño los estudios con
medicamentos infantiles. Y otro tanto podríamos extrapolar a la hora
de referirnos a los estudios con personas mayores; nada tiene que ver
hoy en día lo que hasta hace unos años considerábamos un anciano.
Los mayores están escasamente representados en los ensayos clínicos
y en muchas ocasiones no se sabe a ciencia cierta cómo se van a
comportar frente a determinado tipos de tratamientos. Ya hay quién
para ello los define como la mayoría invisible, muy a tener en
cuenta. ¿Tan iguales pero tan distintos?.