El 24 de agosto de
2007, en nuestro blog hermano “Medycine”, publicábamos la reseña sobre la película “Freaks, la parada de los monstruos” (Tod Browning, 1932), un alegato contra la
marginación de aquellos prójimos que, por unas circunstancias u otras, han sido
sistemáticamente apartados de la sociedad por culpa de sus malformaciones
físicas.
Enanos y gigantes, hombres esqueleto y mujeres barbudas, personas sin
brazos, sin piernas, sin brazos y sin piernas, con extraños síndromes y raras
enfermedades, fueron condenados durante siglos al más cruel ostracismo,
cuando no obligados, paradójicamente, a triunfar siendo los singulares
protagonistas de barracas de feria y circos itinerantes.
El catálogo es
extenso, y existen libros especializados sobre este tema como “American
Sideshow” (2005) del estadounidense Marc Hartzman, o el más cercano a nosotros
“El hombre que compraba gigantes” (2013) del periodista y escritos extremeño
Luis C. Folgado de Torres sobre el gigante extremeño Agustín Luengo Capilla, de
2.35 metros de estatura.
Pero, tal y como prometíamos, concentrémonos ahora en
la historia de La Asturianita. Descubrimos este personaje gracias a una reseña
histórica que la periodista Maribel Outeiriño publicó en la sección histórica del diario “La
Región”.
Esta singular artista visitó la ciudad de Ourense acompañada por el
gran guitarrista Ojembarrena. Y es que Regina García López, nacida en 1898 en
el asturiano pueblo de Valtravieso, perdió los brazos a la edad de 9 años tras
sufrir un aparatoso accidente en el aserradero familiar. Las poleas de una
sierra industrial engancharon a la pequeña y le arrancaron ambos brazos a la
altura de los hombros. Anestesiada con cloroformo, fue operada con éxito,
evitando su muerte. Confinada a un asilo, donde creció entre ancianos y
enfermos, a los 17 años intentó estudiar Magisterio, pero sus medios económicos
fueron insuficientes. Después de haber visto un circo italiano, con gran
tenacidad decidió entrenar sus extremidades inferiores, y en apenas unos meses
cosía, bordaba y escribía con los pies.
Comenzó así una exitosa carrera
artística que la llevó a realizar giras internacionales por todo el mundo,
conduciendo un coche de gran cilindrada, liando cigarrillos que luego encendía
con los pies, dibujando caricaturas del público, descorchando botellas y
sirviendo copas, tocando diversos instrumentos musicales y disparando una
escopeta para tumbar una moneda sobre la boca de una botella.
Atrapada en
Madrid en plena Guerra Civil, padeció primero la barbarie de una checa
republicana y más tarde la represión de las tropas franquistas, al negarse a
colaborar con las crueldades de uno y otro bando.
Falleció en 1942 de tifus
exantemático, cautiva en Las Ventas, con la sola compañía de su hija
adolescente María y de su cuñada Josefa.
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