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24 octubre 2020

OLEADAS

Aún reconociendo que ambas situaciones no son comparables, hemos de reconocer determinadas coincidencias entre la pandemia de gripe de 1918, la mal llamada gripe española, y la actualmente padecida y causada por el coronavirus SARS-CoV-2. 

Me ha hecho llegar el conciso Aloysius una vieja imagen de las tres grandes oleadas ocasionadas por el virus gripal en un planeta desangrado por la Gran Guerra, especialmente el Viejo Continente, una masacre que llegó a suponer en algunos países la pérdida de un tercio de su población masculina más joven. Este gráfico refleja la incidencia de la infección en grandes capitales mundiales de la época: Nueva York, Londres, París y Berlín. 

La segunda ola fue la más desmesurada y prolongada, extendiéndose entre los meses de octubre y noviembre de 1918. Las estimaciones de los expertos consideran que aquella pandemia se llevó por delante la vida de unos 40 millones de prójimos, hasta el momento la más devastadora de la historia. 

Apenas un siglo más tarde, en plena campaña de vacunación antigripal, la segunda oleada COVID-19 comienza a desbordar la mayoría de los sistemas sanitarios, sin que de momento podamos combatirla con armas tan potentes como las vacunas y los tratamientos antivirales específicos y efectivos. 

Por ello seguimos porfiando en esta cuestión fundamental: para atajar los efectos de esta pandemia sólo disponemos de medidas preventivas. En España, el uso de mascarillas continúa siendo obligatorio en todo momento y situación. 

Otros países europeos, que hasta ahora rechazaban esta opción, ha comenzado a recomendarla justo cuando sus curvas de incidencia crecen exponencialmente. 

La distancia social, voluntaria u obligatoria, doblega la curva de contagios. El ejemplo más demostrativo de esto lo vivimos durante las duras semanas de confinamiento, medida extrema que entre todos deberíamos evitar una vez más, ante sus incontestables ruinosos efectos económicos. 

Quizás después de aquellas duras semanas de reclusión, cierta falsa sensación de control de la pandemia nos llevó a relajar las medidas preventivas recomendadas por las autoridades sanitarias. Ahora toca pagar sus secuelas. 

Semejantes medidas de aislamiento exigen una especial coordinación entre las diferentes administraciones públicas en un país que se organiza en ámbitos provinciales, autonómicos y nacionales. 

A lo largo de este año hemos avanzado notablemente en el conocimiento de la COVID-19, pero todavía nos queda viajar por un tramo de túnel sombrío antes de vislumbrar la luz de la salida. Uno de estos adelantos ha sido el descubrimiento de los aerosoles como vía de contagio de esta patología. Por ello, en estos tiempos que se avecinan, ventilar y renovar el aire que respiramos en los aforos cerrados es una auténtica necesidad. Permanezcamos en alerta, en modo rompeolas.

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