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12 noviembre 2006

LIBERACIÓN ANIMAL


Aloysius arranca con desganada parsimonia las hojas de su calendario de animales del Nacional Geographic. Está abonado a aquel pensamiento de Henri Bergson en el que defendía que “hay cambios, pero no hay, bajo el cambio, cosas que cambien”. “Cambiar para que nada cambie”, como se lamentaba el Príncipe de Salina en “El Gatopardo” del tándem Lampedusa y Visconti


Mientras todavía soplan los vientos cálidos del Atlántico Sur en este Veraniño de San Martiño, como heraldos de tanto aguacero que unos bendecirán y otros aborrecerán (ya conocen aquello de que nunca llueve a gusto de todos), repaso las recientes noticias protagonizadas por el Frente de Liberación Animal. Han dado el pistoletazo de salida a sus polémicas acciones libertando centenares de visones en varias granjas gallegas. Los ecologistas andan que los hostian, por el daño que provocan estos mustélidos en libertad entre nuestras especies autóctonas. Por si fuera poco, los visones se extinguen en masa, incapaces de sobrevivir fuera de la cautividad que les vio nacer. ¿Cuándo se atreverán a libertar a un zoo completo, al más puro estilo “Doce Monos”?


“Liberación animal” es también el nombre de una de las principales obras del controvertido filósofo Peter Singer, profesor de Bioética de Princeton, cofundador del Proyecto Gran Simio, adalid de la Ética Utilitarista y a cuya lectura somos aficionados el presidente Rodríguez Zapatero y yo, pero por motivos bien distintos. Singer dixit: “cuanto más conozco a los monos, más me doy cuenta de lo mucho que se parecen a los hombres”. Para este filósofo irreverente y visionario, los simios deberían contar con los derechos fundamentales destinados a su protección frente a los malos tratos, la explotación y la muerte. Fraguó este cuerpo doctrinal basándose en determinadas capacidades cognitivas presentes en los grandes monos, como por ejemplo rivalizar por el poder, formar coaliciones unos con otros, amar, compadecerse o afligirse por la muerte de sus semejantes queridos. Además están dotados de la virtud de la autoconciencia y son capaces de entender lenguajes basados en signos. Comparten el 99% de sus genes con nosotros. Aloysius y yo nos sumamos a la bondad de esta causa. Un problema diferente se genera a la hora de dotar de derechos a otras especies animales, digamos menos cognitivas y más comestibles, como por ejemplo los pollos, los cerdos, las vacas, las ovejas, las cabras y los conejos. Y ¿por qué dejar fuera a las casi extinguidas anchoas, sardinas, merluzas y atunes? ¿Qué pasa con los visones, criados para ser desollados y abrigar nuestras vanidades? ¿Cuánto nos quedaría entonces por hablar de los derechos de otros muchos animales como las moscas, los berberechos, los escorpiones, los pillos gorriones o los peces abisales?


Muy a su pesar, Peter Singer se hizo demasiado popular por unos comentarios suyos políticamente incorrectos; como los embriones humanos no tienen conciencia ni sienten, ni tienen dolor ni se relacionan con sus semejantes, desde una perspectiva ética utilitarista deberían tener menos derechos básicos que los simios. Este audaz pensamiento, especialmente escandaloso y contrario a la tradición judeocristiana y humanísitica, Singer lo hizo extensivo a todos aquellos niños que hubiesen nacido con severas discapacidades mentales y físicas.

La polémica está servida. Mientras la Sociedad Internacional de Bioética pide que se abra un debate razonable y sosegado en el seno de la sociedad sobre la regulación de la eutanasia infantil, los padres de la niña británica Charlotte Wyatt, nacida con graves deficiencias en su cerebro, pulmones e hígado, obligada a vivir conectada permanentemente a unas complejas máquinas, han ganado la batalla judicial contra los médicos que recomendaban que se dejara morir a la pequeña. Mientras desde el año 2003, se puede aplicar la eutanasia a los menores de 12 años en Holanda, en nuestra nación se ofrece la sedación terapéutica a aquellos familiares de niños afectados por penosas enfermedades terminales. El Código Penal español castiga la eutanasia y el suicidio asistido. Derechos humanos; derechos embrionarios; derechos animales ¿Qué nos deparará el futuro?


Concluyendo, me parece oportuno reclamar la atención pública sobre la abolición de los experimentos científicos con animales, especialmente aquellos destinados a la confección de productos cosméticos o medicamentosos, dada su especial crueldad y ensañamiento. Tan solo un ejemplo: en la búsqueda de fármacos antineoplásicos, se llevaron a cabo investigaciones con oncogenes humanos insertados en embriones de ratón, para que al desarrollarse estos roedores artificiales fueran invadidos por diferentes tipos de cánceres. La conclusión fue que los genes cancerígenos y los tumores tienen comportamientos diferentes, dependiendo del experimento (in vitro o in vivo) y del organismo afectado. Empleemos los modelos informáticos, que para esto también evolucionan las ciencias. Aloysius reivindica también esta forma de liberación animal.



Yo, le pregunto al Tucán...

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