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11 diciembre 2006

EL RETRATO ROBOT DE JACK EL DESTRIPADOR


Jack el Destripador continúa siendo una obsesión para los británicos, en especial para los londinenses. Considerando el refinamiento y la precisión empleados en despanzurrar a sus víctimas, sigue en boga la teoría de que este asesino en serie podía haber sido un famoso cirujano de la época. Hoy en día andamos sobrados de destripadores; incluso algunos conviven con sus parejas hasta que un buen día deciden darles pasaporte para el otro barrio. Tony Alexander King y el Monstruo de Machala han venido desde otros pagos a engrosar este macabro elenco. Y también la parejita de amantes que mataron a la madre del novio, la descuartizaron y la depositaron por capítulos en los contenedores de basura.

He visto el supuesto retrato robot de Jack el Destripador. Tenía el cabello corto, el rostro afilado, la mirada asesina fijamente posada en los ojos del que osara observarle (como la de Txapote) y un tupido mostacho al más puro estilo Juan Valdés, el exigente de Saimaza. No sé por qué, pero al contemplar esa sobrecogedora faz, se me vino a la memoria aquel gélido verso del recién galardonado Antonio Gamoneda: "vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte".

Ya conocía de antes el rostro de Jack el Destripador. Aunque muy borroso por la deficiente calidad de las imágenes, un tanto deterioradas de tanto copiarse y saltar de móvil en móvil y de ordenador en ordenador, durante unos instantes horrorizado alcanzó a contemplar la mala jeta del hijo de la gran vulpeja que, armado con una afiladísima katana, seccionó por la mitad a un pobre gato indefenso que previamente había colgado por las patas delanteras. Aún retumban en mis oídos sus maullidos de desesperación.

En algunas ocasiones resulta cuanto menos peculiar el significado de las palabras. A la hora de definir tamañas barbaridades, el diccionario emplea términos como animalada, bestialidad o burrada. Pero el que provoca esta atrocidad tiene la apariencia de un ser humano. Cosas del lenguaje, que diría Wittgenstein.

Una pareja acaba de viajar desde Fuengirola hasta Lugo porque creyó reconocer en "Lobo" al perro que les habían robado hacía 4 años. Este can fue utilizado como sparring en las peleas ilegales y tal vez se salvó por su mansedumbre. Quizás ahora sea adoptado por el matrimonio malagueño y pase a ocupar el vacío canino que existía en sus corazones desde hace tanto tiempo.
Un asno de raza zamorano-leonesa fue abandonado en la Alameda de Compostela. ¿Sería compañero de algún piadoso peregrino? El presidente de la Asociación de Burros Fariñeiros ha prometido hacerse cargo de él. Decía otro gran poeta, Rafael Pérez Estrada, que el amante espera que el espejo le devuelva el positivo de la amada. De momento, al burrito le han bautizado como "Romeo" porque ya tiene una "Julieta" aguardándole en una finca de Boqueixón.

Concluyo haciéndome eco de la enérgica denuncia de la Asociación Francesa e Internacional de Protección de los Animales (Afipa), que acusa a varios peleteros de adquirir, producir y comercializar artículos elaborados con pieles de perros y gatos. Estos desdichados animales son despellejados (la mayoría de las veces sin haber muerto) en China, Tailandia y Corea, donde se consume su carne habitualmente. Los desaprensivos comerciantes camuflan la mercaduría de estas atrocidades con exóticas palabras (¡otra vez la semántica!): Sobaki, chacal asiático, Gou-pee, Kou pi, Gae-wolf, Gubi, lobo de China, lobo asiático y zorro cosaco para los perros. Gato montés, Katzenfelle y Goyangi, para los felinos. Este mundo nuestro cada día se parece más a una galería de exposición permanentemente de los infinitos retratos robot de Jack el Destripador.

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