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13 diciembre 2006

INDUSTRIA FARMAÉTICA


No se confundan. El título de esta colaboración no contiene ninguna errata. A lo largo de su lectura les demostraré por qué. El pasado 20 de noviembre, el santoral celebró el día de San Félix de Valois. Esa misma fecha fue la elegida para conmemorar el Día Internacional de los Derechos del Niño, coincidiendo además con el Día de la Industrialización de África. Por si fuera poco, en Nairobi (Kenia) fallecía a los 81 años de edad el médico jesuita norteamericano Angelo D´Agostino. Efemérides y obituarios aparte, D´Agostino fue un adalid principal en la lucha contra el SIDA en el continente africano. También se convirtió en la voz de la conciencia que reclamaba sin descanso el acceso gratuito de los pobres a los fármacos antirretrovirales. Denunció permanentemente la inhumana avaricia de las industrias farmacéuticas con sede en los países occidentales. Durante el año 2001, llegó incluso a importar ilegalmente en la India este tipo de medicinas, retando en solitario a la todopoderosa Organización Mundial de Comercio (OMC). Una gran pérdida.

Al igual que Manuel Rivas, sostiene Aloysius que la vida tiene vocación de cuento. En esos mismos días de noviembre, mi inefable amigo me regaló un ejemplar en DVD de “El jardinero fiel” (Fernando Meirelles, 2005), protagonizada por el siempre convincente Ralph Fiennes. Esta película desarrolla con una crudeza especial una supuesta trama de injusticia y experimentación farmacológica precisamente en Kenia. Está basada en un relato original de John Le Carré, autor también de la afamada “El espía que surgió del frío”, como el desgraciado Litvinenko, envenenado con polonio 210 por modernos y sofisticados rasputines. Otro día hablaremos de él. Prometido.

La industria farmacéutica mueve millones y millones de dólares cada día. Constituye el segundo grupo productivo mundial debido a su potencial económico, detrás (cómo no) de la industria armamentística. La finalidad de ambas está clara: obtener beneficios económicos para sus propietarios y accionistas. Dejando a un lado la ética del matar, centrémonos en la ética del morir, fin previsible en la lucha permanente mantenida entre la salud y la enfermedad. Aquí están profundamente implicadas las medicinas. Llegados a este punto, permítanme que me apropie de unas palabras pronunciadas por Pedro Echenique Landirívar, físico y Premio Príncipe de Asturias de Investigación y Técnica: “el siglo XX fue un período de éxito de la ciencia y de fracaso de la solidaridad”.

Acabamos de asistir a un importante seísmo financiero en las bolsas internacionales debido a los malos resultados obtenidos por el gigante farmacéutico Pfizer con un fármaco que pretendía ser innovador en el tratamiento de las enfermedades del colesterol. Varapalos similares sufrieron en el pasado con otras sustancias colosos como MSD o Bayer.

Coincidiendo con el regalo de Aloysius, llegó a mis manos un ejemplar de “Los inventores de enfermedades”, del polémico científico y periodista alemán Jörg Blech. Grande mosca cojonera, este controvertido teutón nos pone como chupa de dómine a los galenos, a los farmacéuticos, a los visitadores médicos, a los medios de comunicación, a los políticos, a las administraciones sanitarias estatales e incluso a la propia Organización Mundial de la Salud (OMC). A todos sin distinción, por despilfarradores y corruptos. Por la falta de ética necesaria en el triángulo de las relaciones entre administrados (los pacientes), los administradores (profesionales y autoridades sanitarias) y los proveedores (industria farmacéutica). Una visión crítica de un monte donde afortunadamente no todo es orégano.

Mientras la demanda de un nuevo comportamiento en el tratamiento de las enfermedades de los más desfavorecidos se está convirtiendo en un clamor, la empresa farmacéutica alemana Schwarz Pharma (recientemente adquirida por la belga UCB) repartirá como despedida una gratificación de 10000 euros para cada uno de sus empleados. Bonito aguinaldo para premiar los servicios prestados. La ética de la solidaridad también está llegando a los medicamentos. Sea pues bienvenida la Farmaética.

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