Agonizó el mes de noviembre tejiendo con las hojas muertas de la arboleda una alfombra inacabada sobre el suelo del Parque de San Lázaro. Escribió Antonio Puigverd que el otoño simboliza el año que se despide, el pasillo que conduce al sueño invernal, metáfora de la muerte. Casi al mismo tiempo, por los cielos de Auriavella comenzaron a colgar las luces que iluminarán nuestra Navidad. Diligente como siempre, he desempolvado mi vieja libreta en la que computo los anuncios de turrones, de cava, de juguetes, de perfumes, de buenas intenciones.
Al atardecer, mientras regresábamos hacia casa desde el colegio, Valentina me obligó a detenerme delante de las fotografías de la exposición REVELA 06, fúnebre escaparate gráfico del lívido rostro de la muerte planeando sobre los más recientes conflictos que azotan la conciencia de la humanidad: Irak, Haití, Sahara, Sudán, Palestina, Chechenia, los Balcanes…
¿Qué opina un niño sobre la muerte de otros niños? Silencio. Tristeza. Conmoción. Inocentes infantes iraquíes víctimas de la abyecta locura de los adultos, acribillados a balazos por los combates intestinos entre diversas facciones musulmanas rivales, heridos, mutilados o reventados por las explosiones de los coches – bomba o el fuego presuntamente pacificador de las tropas occidentales allí desplegadas. Si con mucho respeto te acercas a las fotografías, casi puedes escuchar el alarido desesperado de los que se quedan padres huérfanos de los niños que nunca tendrán Navidad.
Otra parada: instantáneas desde distintos planos del mismo muchacho caído inerme sobre el cárdeno charco de su sangre derramada en las revueltas calles de Puerto Príncipe. ¿Por qué la sangre coagulada se parece tanto al chocolate? ¿Merece la pena participar en una manifestación para que algún esbirro te descerraje un tiro en la cabeza? El premio es una foto en primer plano de su hermoso cadáver. Dejó en herencia un mechero a punto de agotarse, como su propia vida, y un manojo de llaves. Las llaves del Paraíso o las del Averno. Tal vez a ese adolescente le mataron tan rápido que no tuvo apenas tiempo para elegir su eternidad. Así son las revoluciones tropicales que tan barrocamente describió el maestro Alejo Carpentier ¿Realmente se independizará Haití algún día del horror reinante en sus cañaverales?
Como si doblásemos un mapamundi de papel, vimos a una mujer guerrillera que cruzaba un río africano sosteniendo un fusil y un fardo en sus brazos. Hembra soldado rebelde combatiente contra el ejército sudanés, con los senos al aire amamantando ráfagas de ametralladora. Y más niños – soldado, a estas alturas seguramente ya muertos. Parecen escrutarnos desde el oscuro pozo de sus ojos petrificados: - "¿qué miráis?, ¿nunca habéis visto a un combatiente del absurdo?"
Muy cerca de allí, en una esquina del parque, medio despegado queda al viento un cartel que nos invita a donar sangre. Por un momento imaginamos al niño soldado apoyando el arma en un árbol y leyendo aquellos versos de Blas de Otero: "luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, al borde del abismo, estoy clamando a Dios. Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte". El descarnado alarido de los que guerrean y de todas sus víctimas apenas nos deja oír el silencio de Dios. A muchos los han retratado gritando en silencio. La magia de la fotografía nos permite seguir escuchándolos con una violentísima claridad. Seguimos caminando, otra vez con la vaga esperanza de que esta Navidad traiga verdaderamente la paz para todos.
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