No hay mejor ansiolítico para calmar los nervios y la desazón colectiva que un triunfo futbolero. De repente, como por arte de magia, España vuelve a ser España. Muchos se echaron a las calles envueltos en la enseña nacional, sin temor a que les llamasen fachas o borbones. Hasta Juanes se puso a cantar aquello de "tengo una camisa roja..." y ZP, en lugar de hablar de economía, se lió a largar del "fúbol" (sic)
Patriotas y viriles, casi nadie le hizo ascos a la humana solidaridad, al ceñido abrazo contra el cuerpo sudoroso del prójimo que sufre a nuestro lado, apoyado en la barra del bar, con unas cañitas frescas por delante y algo de picar, como Dios manda, que le den a Chaves, a la OPEP y al puñetero barril Brent, que aunque se ponga por las nubes después de la canícula, alguien proveerá, que siempre aprieta aunque nunca llega a ahogarnos. Que inventen ellos, máquinas fabulosas, trenes de alta velocidad que nunca llegan a Galicia, coches que se muevan con electricidad, con vapor o con la energía que se libera en las partidas de mus que juegan los átomos, horarios laborales que nos conviertan en dóciles operarios dignos del Imperio del Sol Naciente. Pero que no nos toquen ni el fútbol ni la televisión. Son balsámicos.
Ciertas estadísticas realizadas durante estos días en los servicios de Urgencias patrios han revelado una serie de inquietantes datos. El número de pacientes con dolores precordiales que acudió a los hospitales temiendo estar sufriendo un infarto de miocardio, se triplicó al superar la selección española a la italiana en la tanda de penaltis de los cuartos. Y es que existe ya el avispado vestido de tuno que vende estampitas de San Iker a los turistas en el Obradoiro, o quien promueve un movimiento popular a favor de ponerle el nombre de la madre que parió a Casillas a una calle huérfana.
Otro dato: durante los correspondientes noventa minutos que duraron la semifinal contra Rusia y la final contra Alemania, no nacieron niñas ni niños en España. Ni siquiera se pusieron de parto las mujeres inmigrantes, que parecen ser las únicas empeñadas en hacer subir los padrones y el censo. Al final de ambos partidos, algunas santas alcanzaron las puertas de urgencias en expulsivo. No se alarmen. Nada de esto ocurrió así…, pero pudo haber ocurrido.
Es una pena que tanta emoción haya llegado a su fin. Deberíamos ganar una Eurocopa cada mes. Todos seríamos más felices. Y, por supuesto, estaríamos más sanos.
1 comentario:
Y ya podemos imaginar lo que ocurrirá si encima ganamos el mundial de fútbol de Sudáfrica...
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