Estamos en tiempos de crisis, además de la económica y social. Muchos castillos de naipes se están empezando a caer y algunos entendidos dicen que lo peor está por venir. La situación provocada por la falta de médicos en nuestro país es un problema que ciertamente está adquiriendo tintes demasiados oscuros. A este respecto, hace bien poco tiempo el Defensor del Pueblo ha vuelto a hacer oír su voz, instando al Gobierno de España para que agilice el procedimiento de homologación de los médicos especialistas titulados en el extranjero.
Y es que ningún ámbito asistencial se escapa de la penuria en recursos humanos: los servicios de urgencias, los centros de Atención Primaria, determinados servicios de hospitalarios, incluso la propia sanidad privada, que ha llegado a pedirle a la administración pública que no “tiente” a sus facultativos. El pasado año, un titular publicado en un medio de comunicación digital recogía que nuestro propio Ministerio de Sanidad es conocedor de la magnitud del problema, estimando que para el año 2016 harán falta en España unos 25000 médicos. Como para que nos entren temblequera y otras cosas menos bonitas que también terminan en "era"...
Ante este panorama anubarrado panorama, seguimos sin entender cómo las puertas de las facultades de medicina se mantienen todavía medio cerradas e inexpugnables. La elevada nota media y el numerus clausus siguen ahí, como dos fornidos porteros que dificultan el acceso a la institución. Resulta poco comprensible que la Universidad continúe poniendo tantas trabas a los futuros estudiantes de medicina para atravesar sus umbrales y luego, al finalizar la extensa licenciatura de Medicina, se permita el acceso al sistema de formación MIR a aspirantes con puntuaciones negativas en tan popular examen. Las organizaciones estudiantiles vienen denunciando esta situación desde hace tiempo. Los estudiantes de Medicina también demandan la presencia de nuevas materias en su cuerpo formativo, como por ejemplo genética, bioética y atención primaria.
En los felices tiempos de formación universitaria, el verano ha sido tradicionalmente un período de tiempo equidistante y polarizado entre el descanso y el estudio. El premio que disfrutará el grupo de los aplicados conlleva ineludiblemente el castigo, por supuesto desde siempre inmerecido, para la alegre cuadrilla de los haraganes.
Pero durante las vacaciones estivales también hay gente que se apunta voluntaria para aprender. Durante los meses de julio, agosto y septiembre, una serie de alumnos y alumnas de la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela dedicarán parte de su jornada cotidiana a enriquecer su formación práctica. Me siento especialmente halagado porque algunos han elegido mi consulta para aprender en verano. Trataré de conseguir de estimular su curiosidad y de que no se lleven una impresión irreal y sesgada sobre los médicos de familia que sufren el llamado síndrome de Rafa Nadal, es decir aquellos profesionales que se ven obligados a moverse en los confines de la pista, tratando de devolver acertadamente desde allí todas las bolas que el contrario les envía.
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