La otra mañana sonó mi teléfono muy temprano. Al otro lado de la línea, como suele ser habitual a esas horas, escuché la voz preocupada del incansable Aloysius. Me preguntaba si había ya leido la noticia que anunciaba la existencia en los Estados Unidos de una clínica especializada en gestaciones a la carta. Y no se refería solamente al sexo del futuro prójimo, sino a cuestiones tan simples como el color de sus ojos o de sus cabellos.
Inmediatamente me acordé de una historia que hace años leí en un libro titulado “Vuelta al Edén”, de Lee M. Silver, catedrático de Biología Molecular y Evolutiva de la prestigiosa Universidad de Princeton. En el año 2050, una joven que supuestamente podría ser mi nieta, se enfrentaría al nacimiento de su primera hija. Ella habría decidido parir naturalmente, sin la ayuda de anestésicos ni analgésicos. Para reforzar su decisión, sumida en el dolor de las contracciones, le pediría a su esposo que le enseñase unas imágenes generadas en su ordenador portátil. Las primeras fotografías le mostrarían a una hermosa niña de unos 5 años de edad, morena y con los ojos color avellana, con su rostro sonriente enmarcado por una melena oscura y ondulada. La parturienta sonreiría. La siguiente serie de imágenes pondría ahora ante su mirada a una atractiva muchacha de 18 años, muy bella y dueña de un cuerpo perfecto, saludable y de complexión atlética. Entonces, ni siquiera los dolores del parto conseguirían desanimar a la madre inminente.
Lee M. Silver publicó su libro en 1997. Ese mismo año, saltó a las pantallas cinematográficas una singular película de ciencia ficción escrita y dirigida por Andrew Niccol, un joven realizador neozelandés. Gracias a su argumento viajamos al futuro, cuando los seres humanos pueden elegir entre el azar de la reproducción sexual o la seguridad de la generación asexual, es decir, tener hijos como venimos haciéndolo desde tiempos inmemoriales o traer criaturas al mundo diseñadas en sofisticados laboratorios genéticos, hombres y mujeres depurados de toda imperfección gracias a los avances de la ciencia y de la técnica. La película en cuestión se llama “Gattaca”, y aunque no es una de mis favoritas, sí me ha hecho reflexionar sobre qué parte de nuestro genoma podría albergar el espíritu humano.
En el año 2004, el primer dilema bioético: 10 parejas solicitaron al IVI (Instituto Valenciano de Infertilidad) la obtención de embriones mediante reproducción asistida cuyas especiales características les permitieran ayudar una vez nacidos a sus hermanos mayores afectados por enfermedades genéticas.
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