Aunque tal vez él lo deseara, no me atreví a responderle desde el punto de vista estríctamente médico. Nada de neurotransmisores ni de hormonas. Decidí contarle la historia de Martín Romaña, singular personaje imaginado por el genial Alfredo Bryce Echenique, que cada vez que se encontraba delante de su venerada Inés, mutaba trémulo, prisionero de violentos ataques de náuseas y vómitos. Así era su manera de amar, visceral, desasosegada, desapacible.
Como no quedó muy convencido, le hablé sobre las investigaciones de la Dra. Graziella Magherini, psiquiatra del Hospital de Santa María Nuova, en Florencia. De su creatividad nació el llamado “Síndrome de Stendhal”, destinado a describir los síntomas padecidos por 106 turistas que visitaron la hermosa capital de la Toscana en la década de los años 80. Todos sintieron mareos, palpitaciones, taquicardias y desvanecimientos. La mayoría eran mujeres jóvenes fácilmente impresionables, viajeras solitarias procedentes del otro lado del Atlántico. Sugestión, hipersensibilidad, sobredosis de belleza. La psiquiatra italiana se acordó entonces de aquel disconfort similar descrito en 1817 por el escritor Stendhal, tras visitar la iglesia florentina de la Santa Croce. Y de ahí el bautismo de su descubrimiento.
Muchos médicos son críticos con la existencia de tal síndrome, pues los síntomas son altamente inespecíficos. Además, ¿quién no se ha emocionado extasiado ante la sublimidad de una gran obra de arte? Por si fuera poco, expertos en literatura atribuyen al propio Stendhal un carácter inestable y difícil, cuando no cruel e irascible; en resumidas cuentas, un hombre con facilidad para enfermar mentalmente.
Todavía excéptico, sostiene Aloysius que él ha sido especial testigo de mi padecimiento del dichoso síndrome… escuchando el Adagietto de la 5ª sinfonía de Mahler, visitando el Museo del Prado, admirando un atardecer sobre las Islas Cíes o leyendo aquellos versos de Carlos Vaquerizo:
“Ignoras cómo puede la hermosura
deshilacharse como un mar de humo
y herirte como isla o como llanto
Dejó escrito este doloroso síntoma en su “Fiera venganza del tiempo”, y yo sí me lo creo.