Soy un tipo afortunado. Tengo varios amigos que controlan un huevo sobre nuevas tecnologías. Cuando les escucho hablar, sobre todo si es entre ellos, me entra una gran desazón, pues me imagino como un auténtico analfabeto funcional intentando comprender a dos extraterrestres. Sostiene Aloysius que esta chocante sensación se debe a mi cualidad de hombre del siglo XX, como Buffalo Bill por ejemplo, fallecido en Denver en 1917, el mismo año en que un tío abuelo mío emigró a Cuba. No me sirve de consuelo, porque otro famoso Bill, en este caso Gates, nació en 1955 y es uno de los máximos responsables de este galimatías informático.
Tomando posición en estas reflexiones, las traigo hoy a colación ante la propuesta que la parlamentaria Rosa Díez, de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) planteaba el otro día en el Congreso de los Diputados a Trinidad Jiménez, Ministra de Sanidad y Política Social, a propósito de la necesidad de una tarjeta sanitaria única y homogénea para todo el Sistema Nacional de Salud. Resulta poco comprensible que exista un documento comunitario europeo semejante mientras que en nuestro país se percibe cierta fragmentación autonómica. La diputada nacional se refería más concretamente a las dificultades que afectan a determinados pacientes dependientes, enfrentados a incómodas barreras burocráticas cada vez que necesitan trasladarse desde su comunidad autónoma de origen hasta un centro de referencia, generalmente en Madrid o en Barcelona.
Nuestra ministra apeló a la interoperabilidad existente, a su juicio, entre las diferentes tarjetas de los servicios autonómicos. La realidad es que en España conviven 17 modelos diferentes de este documento esencial, una especie de DNI sanitario, infrautilizado y que en la práctica cotidiana todavía presenta demasiadas disfunciones administrativas. Los pacientes dependientes y sus familiares siguen reclamando la supresión de las barreras físicas y burocráticas.
La interoperabilidad es un término que hace referencia a la traducción macarrónica de la palabra inglesa “interoperability”, la capacidad que poseen los sistemas de tecnologías de la información y las comunicaciones, y de los procesos empresariales a los que apoyan, para intercambiar datos y posibilitar la puesta en común de información y conocimientos.
En román paladino, para que esta entelequia se transforme en una realidad obliga a que los ordenadores estén enchufados, interconectados, trabajen con sistemas operativos similares, comprendan las órdenes que les transmiten sus operarios y aporten, en tiempos de espera razonable, las soluciones demandadas por los usuarios. Lo demás es música celestial. O burrocracia, como prefiere más de un desencantado de los modernos teclados, harto de tanto marasmo administrativo contrario al sentido común y que hace blasón y enseña del ni lo sé, ni me importa, y si no está escrito en un papeliño oficial, no existe. Amén.
Por cierto, dicen que Buffalo Bill se convirtió al catolicismo una hora antes de morir...