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09 octubre 2009

JEALOUS GUY




¿Para quién trabajamos tantas horas los médicos? ¿Para qué estudiamos complejos tratados sobre fisiología, patología, farmacología...? ¿Con qué motivo elaboramos enrevesadas curvas y estadísticas? ¿Por qué seguimos permitiendo que la burocracia y la deshumanización continúen quemándonos, a fuego lento?... Antes de disolverme en la incertidumbre, transmito el último mensaje que ha llegado hasta mi aislada posición defensiva. Pertenece al no publicado "Cuaderno de Crónicus" y es la misiva enviada por un valiente a su médico, a su cuidador, a su prójimo, a su amigo...


Peores males hay que estar enfermo, hay dolores que no duelen ni en el alma y resultan dolores al fin y al cabo. El mejor momento de las sesiones es la primera media hora, cuando la doctora repasa los historiales recientes de los enfermos y, entre gestos, casi imperceptibles, de “¡Vaya!”, se da la vuelta y comienza a caminar hacia nosotros. Nuestros mundos mentales, entonces, se despliegan y miran como aturdidos girasoles hacia ella, embebidos de vacío súbitamente repleto. Son mundos pequeñitos agigantados por la conmiseración más oculta, más tierna e infinitamente silenciosa y, sin embargo, hermosamente latente. Cuando llega a mí, sus ojitos me miran e interrogan con su dulzura de contenida pena compartida llevada a sus arcanos. Me miran tan sólo dos o tres segundos, pero con su mirar llegan a decirme “Yo soy el tú que ahora está en el sillón”, “Yo te comprendo”, “Yo siempre estaré contigo”. Muchas mañanas respiro tan sólo para contener limpios en mi memoria estos instantes, los remojo antes con la oscuridad de las calles llegando al hospital, con la media penumbra de las esquinas, con el primer tránsito de los automóviles, como lo que comienza o lo que jamás llega a su fin, con la ternura perdida… Mientras, tú ya estás en tu despacho, cuando te veo a primera hora de la mañana tengo la sensación mental de que te has pasado en él toda la noche trabajando para nosotros. Me reconforta ver la puerta medio abierta y luz en su interior. Verte o hablar contigo por lo general siempre me ha reconfortado y alegrado mucho, aunque tú te prodigues nada en visitarnos cuando estamos en nuestra recóndita y “absurda” sala de crónicos. Puedes corregir mis perífrasis verbales pero no tienes tiempo para visitarnos y yo sé que todos los que ocupamos los sillones te echamos muchísimo en falta, aunque a más de un enfermero se le encoja el estómago cuando, como por arte de milagro, un instante sí franqueas las puertas de la sala. Echo de menos las consultas de transplante de antaño cuando tú estabas y cuando hablábamos de Kant, de Pannenberg, de teología, de política o de cualquier cosa así, de cualquier cosa menos de creatininas, echo de menos aquellos desmanes tuyos delante del control de enfermería sobre protocolos o sobre lo que viniese al caso, echo de menos aquel día de las ecografías en el cuello, echo de menos la música alta que ponías en tiempos en tu despacho, aunque eso te hiciese todavía “más lejano”, echo de menos tantas cosas referidas a ti… ¡¡Te echo tanto de menos!! Un día, ya hace años, me dijiste que no todos estaban dispuestos a ejercer de apóstoles; y tenías razón, toda la razón del mundo razonable, pero la realidad es justo al revés: los apóstoles jamás dieron un paso para ser tales. Un día, ya hace años, a causa de un ingreso me preguntaste: “¿No estarás preocupado, verdad?” Y tenías toda la razón, toda la razón del mundo razonable, y sin embargo la realidad es justo al revés: ¡¡yo debía haber estado preocupado entonces!! Siempre argumentas a mi familia que ya son muchos años que me conoces y que me conoces bien, que sabes de dónde vienen mis reacciones de enfado y griterío y mis protestas o las tumbas de silencio que a veces me embargan y a dónde van, el porqué de decir que los psiquiatras no me conocen, el porqué de cuando pegué en la cabecera de la cama unas letras en euskera que decían “¡Resistencia siempre!” Tienes tiempo para corregir mis perífrasis verbales pero no te das cuenta de que cuando hablo lo hago por algo, de que cada día que pasa nos quedan menos para compartir juntos, de que si no te ocupas primero de lo que le da forma a mi cuerpo, sea “alma” o “espíritu” o lo que sea, el resto no me interesa, y, pese a que prácticamente sólo yo me doy por enterado del montón de trabajo que tienes desde hace años y que tal incluye saber qué dolencias nos embargan a cada uno de nosotros y qué posibles soluciones tienen disponiéndonos en buenas y prolongadas manos tuyas a sabiendas, cuando yo tengo mucho más trabajo que tú y de idéntica responsabilidad, no deberías dejar tan ausentes a los que ocupan los sillones, al contrarío: deberías sacar un instante a los metros del pasillo de la planta, a tu camisa verde o a tu locura estadística, y emplearlo en visitarnos, aunque esto lo entiendas tan sólo “físicamente”, aunque esto, ¡¡fíjate bien!!, sea tan sólo para crear otro nuevo vacío cualquiera.

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