Una sofocante tarde de verano recién estrenado, Aloysius me expuso otra de sus particulares teorías. Sostiene este inconformista que los medios de comunicación, especialmente la televisión e Internet, en determinadas ocasiones pudieran actuar como potentes reflectores de la violencia transmitida en algunas de sus informaciones.
Y para sustentar tan peculiar tesis afirma haber observado infinidad de titulares y noticias describiendo hechos luctuosos, y cómo éstos fueron capaces de desencadenar otros similares, tal vez por imitación, o quizás porque se habrían convertido en una especie de antídoto, algo extraño capaz de atenuar la percepción del dolor infringido a nuestros semejantes.
En “La naranja mecánica” (Stanley Kubrick, 1971), al pequeño drugo Alex le aplicaban una terapia intensiva a base de imágenes violentas que penetraban como dardos en su cerebro a través de su mirada, en un vano intento por corregir su propensión innata a la crueldad.
Acabo de leer dos informaciones que me han dado que pensar al respecto. Las mentes infantiles y juveniles, por su falta de madurez crítica, son presa fácil para la manipulación. Muchas horas delante de la pantalla de televisión puede provocar una actitud pasiva ante la información recibida, pues anula la imaginación y la iniciativa. La observación reiterada de escenas violentas repercute en la agresividad del niño, incluso desde la más tierna infancia. Por si fuera poco, investigadores del Seattle Children´s Research Institute acaban de alertarnos sobre la nefasta incidencia de los programas televisivos con escenas violentas en un grupo de niños entre 3 y 5 años, sobre todo en la calidad de su descanso nocturno. Contemplar escenas agresivas en la televisión después de las 19.00 horas provocaba trastornos del sueño y pesadillas que repercutían en un rendimiento escolar inferior e incluso en la aparición de otras patologías futuras, como la obesidad, derivada del sedentarismo y la falta de ejercicio.
Pero a la tele tradicional le han salido poderosos competidores. La mayor interactividad de los ordenadores, Internet, algunos video-juegos de temática combativa, ciertas programas (como por ejemplo YouTube), donde los propios niños y jóvenes orgullosos de sus hazañas pueden colgar en la red material agresivo protagonizado por ellos mismos, pudieran venir a representar un problema añadido.
La salud física y mental infantil están completamente imbricadas. La responsabilidad de ser padres se antoja cada vez más complicada en el mundo que vivimos. La información y la tecnología son valiosas herramientas capaces de ayudarnos a educar más y mejor a las generaciones futuras. Una vez más, el mismo dilema: es tan bueno y tan malo aquel cuchillo que sirve para cortar el pan como para lastimar al prójimo. Igual que las palabras, de alabanza o de escarnio.
Y para sustentar tan peculiar tesis afirma haber observado infinidad de titulares y noticias describiendo hechos luctuosos, y cómo éstos fueron capaces de desencadenar otros similares, tal vez por imitación, o quizás porque se habrían convertido en una especie de antídoto, algo extraño capaz de atenuar la percepción del dolor infringido a nuestros semejantes.
En “La naranja mecánica” (Stanley Kubrick, 1971), al pequeño drugo Alex le aplicaban una terapia intensiva a base de imágenes violentas que penetraban como dardos en su cerebro a través de su mirada, en un vano intento por corregir su propensión innata a la crueldad.
Acabo de leer dos informaciones que me han dado que pensar al respecto. Las mentes infantiles y juveniles, por su falta de madurez crítica, son presa fácil para la manipulación. Muchas horas delante de la pantalla de televisión puede provocar una actitud pasiva ante la información recibida, pues anula la imaginación y la iniciativa. La observación reiterada de escenas violentas repercute en la agresividad del niño, incluso desde la más tierna infancia. Por si fuera poco, investigadores del Seattle Children´s Research Institute acaban de alertarnos sobre la nefasta incidencia de los programas televisivos con escenas violentas en un grupo de niños entre 3 y 5 años, sobre todo en la calidad de su descanso nocturno. Contemplar escenas agresivas en la televisión después de las 19.00 horas provocaba trastornos del sueño y pesadillas que repercutían en un rendimiento escolar inferior e incluso en la aparición de otras patologías futuras, como la obesidad, derivada del sedentarismo y la falta de ejercicio.
Pero a la tele tradicional le han salido poderosos competidores. La mayor interactividad de los ordenadores, Internet, algunos video-juegos de temática combativa, ciertas programas (como por ejemplo YouTube), donde los propios niños y jóvenes orgullosos de sus hazañas pueden colgar en la red material agresivo protagonizado por ellos mismos, pudieran venir a representar un problema añadido.
La salud física y mental infantil están completamente imbricadas. La responsabilidad de ser padres se antoja cada vez más complicada en el mundo que vivimos. La información y la tecnología son valiosas herramientas capaces de ayudarnos a educar más y mejor a las generaciones futuras. Una vez más, el mismo dilema: es tan bueno y tan malo aquel cuchillo que sirve para cortar el pan como para lastimar al prójimo. Igual que las palabras, de alabanza o de escarnio.
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