Sostiene Aloysius que comer
manzanas resulta beneficioso para la salud. La sabiduría popular británica lo
corrobora con una recomendación: “one
apple a day keeps the doctor away”; no en vano Steve Jacobs eligió una de estas frutas como anagrama de su marca. Además, una Granny Smith cortada por la
mitad identificaba Apple Records, el sello discográfico fundado por The
Beatles.
Raj Patel, en su ensayo “Gordos y famélicos”, mencionaba las diferentes
variedades de manzanas que progresivamente han ido desapareciendo de los estantes
de los supermercados, en aras de la mayor uniformidad de otras piezas capaces
de defender mejor su lozanía resistiendo frente los embates del tiempo. Y es
que devoramos pomas por los ojos, como Blancanieves. Y así le fue.
La primera tarde de este otoño
compartimos la dulzura de unas manzanas Fuji mientras debatíamos una vez más
sobre el futuro de un mundo compartido por varias especies de humanos con multitud
de robots y androides. Afloraron a la superficie de nuestra discusión Isaac
Asimov y las tres leyes de la robótica, los Nexus 6 de “Blade Runner” (Ridley
Scott, 1982) inspirados por la oscura clarividencia de Philip K. Dick y sus
androides que soñaban con ovejas eléctricas, “Deep Blue” y su pugna particular
contra los mejores ajedrecistas de la historia. Y por supuesto Hal 9000 (Heuristical programmed ALgorithmic computer), el cíclope robot
de la increíble odisea espacial imaginada al alimón por Stanley Kubrick y
Arthur C. Clarke.
Recientemente, la empresa japonesa "Cyberdyne" ha desarrollado
un robot-traje destinado a implementar la fuerza corporal de personas mayores o
discapacitadas. Tal vez inspirados por el cine y la literatura, sus responsables también bautizaron a este ingenio como Hal...
Guardo “Los robots del fin del
mundo”, un recorte de Julio Miravalls publicado el 14 de enero de 2008 en el
periódico “El Mundo”. Según algunas proyecciones sociales y económicas, dentro
de 30 años vivirá en Japón un jubilado por cada dos trabajadores activos. Y si alguien
no pone remedio, en apenas un siglo la población japonesa actual descenderá a
un tercio. Parece ser que en lugar de incrementar su índice de natalidad o
favorecer la inmigración procedente de otros países, los nipones han puesto sus
esperanzas en la robótica.
Atesoro dicha tira periodística dentro
de la cubierta de un libro, “Entre lobos y autómatas”, el galardonado ensayo de
Víctor Gómez Pin sobre la causa del hombre, gracias a cuya lectura algunos cosmopolitas
domésticos contemplamos vacilantes la coincidencia genética del hombre con otros
primates y sus consecuencia, como en la recordada saga de “El planeta de los
simios”, pasando por la eugenesia anunciada en “Gattaca” (Andrew Niccol, 1997),
hasta alcanzar los todavíaa ignotos territorios de la inteligencia artificial
mitificados en la sobrevalorada “Yo, robot” (Alex Proyas, 2004).
Y traemos todo esto a colación
ante dos recientes informaciones sobre el progreso robótico cuando apenas el
siglo XXI termina de agotar su primera década.
En la Universidad de Aberdeen están
trabajando con un robot capaz de debatir con los humanos, justificando y
discutiendo todas sus actuaciones.
Al otro lado del charco, en la Universidad
de Northeastern (Boston, Massachusetts), han realizado una serie de
experimentos con un grupo de estudiantes y un robot muy particular llamado
Nexi. Los resultados han sido publicados en la revista “Psychological Science” revelando
que existen cuatro gestos de seguridad que alertan a nuestro cerebro sobre la
desconfianza en determinados individuos: cruzar los brazos, frotarse las manos
o la cara, inclinarse hacia atrás o alejarse de nosotros.
Ya lo saben. Si acuden a una
sucursal bancaria para obtener un crédito y su interlocutor les recibe repantingado
en su sillón, parapetado tras una amplia mesa de despacho marcando las distancias,
con los brazos cruzados, que solamente descruzará para frotarse varias veces la
cara cavilando ante sus súplicas, no aguarden ni un instante más para terminar contemplando
cómo se frota las manos mientras ustedes se han encadenado durante varios
lustros a la galera de su hipoteca. O mejor, lleven con ustedes a un robot
polemista. Quizás tengan más éxito.