El inquietante Aloysius se ha
apuntado a un curso de galletas artísticas. La otra tarde tuvo la deferencia de
invitarme, junto a un grupo de amigas y amigos, a degustar sus creaciones.
Observé que antes de probar bocado, una muchacha se lo acercaba a su nariz,
olisqueándolo con exquisita delicadeza. Nuestro desconcertado anfitrión me miró
encogiéndose de hombros. Para su tranquilidad, le expliqué la íntima relación
existente en el olfato y el gusto, mientras le hincaba el diente a una galleta
encarnada con forma de beso.
Los médicos clásicos apreciaban
el valor diagnóstico del olfato. Sus tratados confirman el olor a manzanas en
la orina de los diabéticos con cetoacidosis, el fetor característico de los enfermos con enfermedades hepáticas crónicas
o la pestilencia de las infecciones causadas por bacterias anaerobias.
En la actualidad, modernos
avances técnológicos han permitido desarrollar las llamadas narices electrónicas,
dispositivos electrónicos capaces de captar los compuestos orgánicos volátiles
(COV) presentes en la fase gaseosa de la respiración. Como en otras ocasiones,
las primeras narices electrónicas tuvieron un uso militar, encargándose de
detectar posibles armas químicas en el aire ambiental.
Desde la década de los 90, la
detección de estos compuestos volátiles pasó a ser más fiable y reproductible.
La industria cosmética fue la primera en beneficiarse de sus ventajas, pero
también la alimentaria, especialmente en el caso de la elaboración de quesos y vinos.
Los expertos se lanzaron a la caza y captura de los bouquets más selectos para mejorar sus productos.
Por supuesto, los investigadores
también desarrollaron aplicaciones útiles en medicina, como por ejemplo para la
valoración de los COV en el aire expirado, productos del funcionamiento de
alveolar que podrían servir como marcadores de determinados procesos patológicos
pulmonares.
La nanotecnología ha permitido
fabricar dispositivos cada vez más manejables y efectivos, que han sido
utilizados en los primeros estudios sobre asma, enfermedad pulmonar obstructiva
crónica (EPOC) y cáncer de pulmón. Pero todavía queda mucho camino por delante.
Sería crucial descubrir qué patrón de “olor” es el característico de cada
enfermedad pulmonar, comenzando por la patología infecciosa e inflamatoria, que
se nos antoja lo más sencillo.
Los avances matemáticos, químicos
e informáticos serán las otras herramientas necesarias para discriminar y
diferenciar las diferentes enfermedades del aparato respiratorio.
Mientras percibo de nuevo el aroma
de las galletas dorándose en el horno de la cocina, alguien ha encendido la
radio; se escucha la desgarrada voz de Kurt Cobain cantando “Smell Like Teen
Spirit” ¿Qué olor tiene la vida?
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