¿Podrían imaginarse por un instante
que, en su ciudad o en su país, se desencadene un conflicto que le obligue a
abandonar a sus seres queridos, su hogar, sus amigos, su trabajo, su vida
cotidiana? Pues esta terrible circunstancia es la que le toca vivir cada día a
millones de prójimos en este planeta, que intentan huir desesperadamente de una
violencia tan salvaje que les amenaza con el exterminio. Según las noticias más
recientes, se estima que unas 300000 personas han tenido que abandonar la
ciudad iraquí de Mosul por el enfrentamiento fratricida entre chiitas y
sunitas, una división irreconciliable entre dos comunidades musulmanas que se
remonta prácticamente a los albores de dicha religión.
La Organización Mundial de la
Salud (OMS) y otros organismos internacionales, como ACNUR, la Agencia de la
ONU para los refugiados, la Cruz Roja, la Media Luna Roja, y varias ONGs
especializadas deben afrontar ahora las demandas sanitarias de todas estas
personas que carecen de lo más elemental para sobrevivir: agua, alimentos,
refugio y cuidados médicos.
En la Siria que se desangra
lentamente, se estima que más de 2 millones y medio de personas han escapado
del país o se han visto desplazadas dentro de sus propias fronteras. La lista
de naciones afectadas por dramas similares es extensa. Eritrea, Sudan del Sur o
la República Centroafricana son otros ejemplos candentes.
Ya son más de 50
millones los afectados por desplazamientos forzados en el mundo. Y aunque
parezca que esto sólo puede ocurrir en regiones lejanas donde la violencia se
ceba en la pobreza y la desesperación, piensen por un momento en su propio
entorno, en lo que ocurrió en España durante los desgraciados años de la guerra
incivil, o en el terror habitual de los campos de concentración en la antigua
Yugoslavia, donde miles de personas perdieron la vida hace unas décadas, como
si hubieran reaparecido los fantasmas de la solución final del nazismo o las más
atroces purgas del estalinismo, o lo que todavía puede llegar a ocurrir en las
frágiles fronteras que separan Rusia de Ucrania. El pasado 20 de junio se
celebró el Día Mundial del Refugiado. Quizás para algunos pasó desapercibido,
pues ya parece que nos estamos acostumbrando a recordar demasiados días
especiales en el calendario.
Los que más sufren por estas
calamidades, como siempre, los más débiles y desfavorecidos: madres con sus niños,
personas mayores y enfermas. ¿Qué les puede estar ocurriendo en aquellos páramos
a las mujeres embarazadas, a los niños recién nacidos, a los heridos, a los enfermos
de diabetes, a los que padecen cáncer o enfermedades cardiovasculares, a los
enfermos mentales?
No ignoremos que habitamos un mundo globalizado, sin
confines. Tampoco descuidemos las enfermedades infecciosas que un día azotaron
nuestra humanidad y que pueden encontrar un nuevo caldo de cultivo entre tantos
y tantos prójimos desamparados. Decía Gabriel García Márquez que la muerte no
llega con la vejez, sino con el olvido.
No olvidemos pues.
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