Cuando comenzamos a escribir
estas líneas, el número de víctimas mortales causado por el virus Ébola en África
supera ya los cuatro millares. Y no para de crecer. Mientras tanto, en España,
la auxiliar Teresa Romero lucha por superar los síntomas causados por esta
misma enfermedad, después de contagiarse por error o por accidente, prestando
cuidados al médico misionero Manuel García Viejo. Teresa se ofreció voluntaria
para ese trabajo. Admirable generosidad la suya.
Antes de fallecer y ser
incinerado, el hermano Manuel había dedicado la mayor parte de su vida a los más
necesitados. A las puertas del humilde hospital de Mabesseneh, en Lunsar
(Sierra Leona) los trabajadores celebran el fin de la cuarentena que durante
tres semanas los mantuvo aislados, por culpa del Ébola. Desde aquellas sombrías
estancias partió el religioso enfermo para nunca más volver. Siempre me han
llamado la atención este tipo de historias.
Está claro que el amor al prójimo
es el motor que mueve a muchas personas de robustas creencias cuando toman una
decisión de semejante calibre, partiendo hacia las tierras más lejanas para
intentar auxiliar a los que nada tienen. Pero también admiro profundamente a esa
otra legión de compañeros sanitarios, seglares miembros o no de organizaciones
no gubernamentales, que quizás sin sentir el impulso de la devoción, un buen día
envuelven en sus bártulos su sabiduría y toman exactamente la misma determinación.
El pasado 6 de octubre,
navegando por Twitter, descubrí en la cuenta del polifacético Ian Bremmer,
experto estadounidense en Ciencias Políticas, una viñeta harto significativa:
varios ciudadanos de color padecen encamados la devastación del Ébola, rodeando
un lecho en el que un enfermo de raza blanca es el único objeto de atención de
los medios de comunicación.
Sostiene Aloysius que, con esta epidemia, en Europa
y Estados Unidos, estaríamos pagando el peaje por décadas de abandono y olvido
de las necesidades más básicas, económicas, sociales y sanitarias, en muchos países
del África Subsahariana. Pensar que, tal y como ocurrió en el pasado en Gabón,
República Democrática del Congo (antiguo Zaire), Sudán y Uganda, la actual
epidemia causada por el virus Ébola quedaría circunscrita a los cuatro puntos
cardinales de Guinea, Liberia y Sierra Leona, ha demostrado ser una tremenda
ingenuidad.
Es la hora de las conjeturas.
Hemos leído todo tipo de hipótesis sobre esta enfermedad, desde las más increíbles
a las más plausibles. La eutanasia practicada a Excalibur, el perro de Teresa y
Javier, ha provocado encendidos debates en las redes sociales. Como en tantas
ocasiones el cine, una vez más, superó la realidad.
La afamada “Pretty Woman”
Julia Roberts, en un reciente papel más cercano a la realidad, el de la Dra. Brookner
en la serie televisiva “The Normal Heart” (2014), que narra los albores del
SIDA en la comunidad gay de Nueva York, anclada en su silla de ruedas por las
secuelas de la polio, intenta consolar a uno de sus pacientes recordándole: “en
el pasado, la poliomielitis mató a millares de personas; hoy en día, a nadie”.
Con la esperanza y el deseo de la recuperación de Teresa Romero, esperamos ese día, cuando el virus del Ébola ya no pueda exterminar a ninguna persona.
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