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17 octubre 2014

GUERRA BIOLÓGICA


Por definición, toda clasificación resulta tremendamente subjetiva. Existe un catálogo en particular que no ha conseguido eludir este axioma: las 15 películas más polémicas de la historia del cine. Para su elaboración, los autores escogieron una serie de características especiales: la exhibición de una excesiva e injustificable violencia, el sexo explícito y no artístico, o el abuso de un lenguaje soez e inadecuado. Encabezada por “Saló o los 120 días de Sodoma” (Pier Paolo Pasolini, 1976), un film difícilmente soportable por su desmesurada crudeza incluso hoy en día, por una humanidad que parece libre de espantos. 

En segundo lugar figura “Los hombres detrás del sol” (Tun Fei Mou, 1988), una cinta producida en Hong Kong, y que relata un cúmulo de indescriptibles torturas cometidas por los japoneses en un remoto campo de concentración chino durante la 2ª Guerra Mundial. Esta cinta tiene un fundamento real, pues muestra las felonías cometidas por el Escuadrón 731, un programa encubierto para la investigación y desarrollo de armas biológicas. Realizaron experimentos con civiles chinos, mongoles, coreanos y rusos, pero también con prisioneros de guerra estadounidenses y europeos. Intencionadamente, desataron epidemias de cólera, carbunco y peste bubónica, responsables de la muerte de unos 400000 ciudadanos chinos. 

La Unión Soviética tampoco se quedó atrás. De fundación más tardía (mediados de los 70), bajo la sutil denominación de Biopreparat, encubría el mayor aparato de guerra biológica en aquel país, una extensa red de funestos laboratorios secretos, cada cual especializado en un agente mortal distinto: peste bubónica, viruela, Ébola, y cómo no, carbunco.

Detengámonos por un instante en el Bacillus anthracis, el agente causal de esta última enfermedad. Las teorías conspirativas sobre la génesis artificial del virus Ébola deberían tener en mayor consideración a este bacilo capaz de reproducirse mediante esporas y de vivir en ausencia de oxígeno. A diferencia del dichoso virus, cuyo contagio exige el estrecho contacto con la sangre o las secreciones del enfermo, el Bacillus anthracis es capaz de vivir en el suelo, donde desarrolla sus esporas. 

Aunque su reservorio son los cadáveres de los animales infectados, también sobrevive en los terrenos contaminados por las heces o las secreciones de los animales afectados. De esta manera, puede infectar productos como la lana o el pienso. Además, tiene la capacidad de producir toxinas, capaces por sí mismas de provocar el envenenamiento del infectado. Sus cepas más virulentas son tan peligrosas porque son capaces de contagiar a los humanos mediante el contacto directo con los animales infectados o con sus productos (lana, pieles); pero también son vehiculados por insectos como los mosquitos, pueden penetrar por vía digestiva, al consumir carnes contaminadas, y sobre todo, por vía respiratoria tras la inhalación de sus esporas.

Mientras la humanidad entera se ha puesto en alerta para combatir la reciente epidemia de Ébola, tal vez en determinados laboratorios impenetrables alguien podría sentirse tentado en reavivar las perversidades del Escuadrón 731 o de Biopreparat. Quizás esa red de maldad todavía no tenga un nombre. Ahí siguen los cuchillos, no para matar, sino para cortar el pan.

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