La otra tarde, el Doctor Iñaki Lekuona Goya nos ponía al día
sobre los últimos avances en el tratamiento de las enfermedades del colesterol.
Las estatinas, celebrando ya unos cuantos cumpleaños, encontrarán aliados en
los anticuerpos monoclonales y en otros fármacos todavía por descubrir, en la
lucha por la reducción de las complicaciones y la mortalidad causadas por las
enfermedades cardiovasculares. Porque mayormente nos seguimos muriendo de lo
mismo, los hombres de infartos de miocardio y las mujeres de ictus.
Casi al
mismo tiempo, el tenaz Aloysius descubría en Internet una simulación capaz de
pronosticar cuándo y por qué vamos a morirnos. Entre los parámetros
considerados estaban la edad, el género y la raza. Los datos estadísticos
fueron obtenidos en las bases de los Centros de Control de Enfermedades de los
EEUU, a partir de los certificados de defunción de millones de prójimos que
pasaron a mejor vida entre 1999 y 2014. El juego resulta entretenido. Si
nuestro amigo llega a los 84 años, tiene un 25% de posibilidades de continuar
vivo. Si en lugar de estadounidense fuera ourensano, este porcentaje sería
superior.
Pero como no hay simulación perfecta, todos los que en la actualidad
tengan más de 85 años se quedarán con las ganas de saber el momento y la causa
de su óbito, pues los datos manejados por el programa solamente resultan
válidos para los menores de 84 años. Tampoco considera una serie de factores
clínicos determinantes, como la obesidad, el tabaquismo, las cifras elevadas de
tensión arterial o la concomitancia de la diabetes mellitus, ni otros de tipo
social como el nivel económico y cultural, el estado civil (aquellos con pareja
viven más que los solteros y los viudos) o la convivencia con mascotas.
En 1994 se realizó
una macroencuesta en el país de los canguros: la Australian People and Pets Surveys. El objetivo de la misma fue
medir los beneficios terapéuticos de los animales de compañía. Se tomaron datos
de más de 1000 mayores de 16 años. El equipo capitaneado por Bruce Headey
detectó que aquellos prójimos que tenían un perro o un gato gastaban un 5%
menos en medicamentos que los que no tenían mascotas. Traducido a dinero, el
ahorro total alcanzaba los 1800 millones de dólares australianos, probablemente
unos 1100 millones de euros actuales. Las visitas a la consulta del médico eran
un 5% menos frecuente en el grupo de personas con mascotas. Dejando a un lado
lo anecdótico, resulta que los animales de compañía aportaron los mayores
beneficios a aquellas personas que vivían solas, confirmando que perros y gatos
actúan como valiosos compañeros sustitutos donde las redes de apoyo social
resultan poco satisfactorias. Los datos australianos fueron confirmados en
estudios posteriores, como el de Markus Grabke en Alemania, con 10000
encuestados, o el de la Universidad de Nebraska, donde se comprobó que la
interacción afectiva con un perro podía reducir el 8% las cifras de tensión
arterial. Ya saben, si no las tienen, adopten mascotas. Ellas se lo agradecerán
infinitamente y su salud física y mental mejorará.
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