Éste es el título de
una exitosa película de los años 80, por otra parte década sumamente
reivindicada en la actualidad, con los británicos Hanif Kureishi como guionista
y Stephen Frears como director. Por cierto, Frears vino al mundo en Leicester,
una ciudad enclavada en el centro de Inglaterra y cuyo equipo de fútbol puede
dar este año la gran campanada en la Premier League. Acabo de descubrir en
Ourense un nuevo local social. Se trata de una hermosa lavandería que funciona
con monedas y que la verdad parece estar teniendo muy buena aceptación entre
nuestros vecinos.
La otra tarde, mientras me quedaba ensimismado contemplando
la fuerza centrífuga de una de aquellas máquinas, me preguntaba cuántas horas
de investigación habrían hecho falta para conseguir una lavadora tan perfecta. Hasta
en los detalles más simples y sencillos vivimos rodeados por los avances de la
ciencia y la tecnología. Y entonces vinieron a mi memoria los procesos de desarrollo
farmacológico capaces de diseñar las modernas insulinas que cada día permiten
mantener el control de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los diabéticos.
Al igual que los
fabricantes industriales procuran ingenios capaces de lavar y secar en poco más
de media hora 15 kilogramos de ropa sucia, ahorrando agua y energía, empleando además
productos químicos biodegradables respetuosos con el medio ambiente, los
laboratorios farmacéuticos invierten interminables horas de esfuerzo procurando
medicamentos cada vez más eficientes. Además de la satisfacción profesional el
éxito económico también resulta un poderoso aliciente. En los últimos años, la
ingeniería genética ha permitido sintetizar insulinas recombinantes a partir de
bacterias, mamíferos y vegetales, algo que hace unos años, incluso dentro de
las facultades de Medicina, sonaría a ciencia ficción.
¿Y cuáles serían las
características de esa insulina supuestamente perfecta, la más parecida a la
secretada en condiciones normales por las células beta de nuestro páncreas? Si
les preguntamos a los diabéticos seguramente nos responderán que lo ideal sería
no tener que pinchársela. Ha habido intentos para lograrlo (insulina
intranasal) y quizás en un futuro muy cercano pueda conseguirse una insulina de
ingesta oral.
Pero centrándonos en la realidad, sería muy interesante disponer
de insulinas que minimizasen el riesgo de hipoglucemias, los temidos bajones de
azúcar que provocan tanto daño a estos enfermos, que fueran flexibles en sus
horarios de inyección, máxime en un mundo globalizado en donde el tiempo para
recorrer grandes distancias resulta más breve a cada instante. Y por supuesto
un perfil plano y eficaz, que le asegure al paciente diabético que va a
conseguir el mismo efecto terapéutico con cada dosis inyectada. La
centrifugadora acaba de terminar. Ahora toca recoger la ropa.
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