Sostiene Aloysius que en el diccionario conocido como
“Lingua de Beade” el término furriquilla se emplea para definir esa
consistencia de las deposiciones que se aproxima mucho más al estado líquido
que al sólido. De las causas generales de este trastorno intestinal nada
mencionan estos improvisados lingüistas pero los médicos de familia sabemos bien
que este incómodo síntoma es motivo frecuente de consulta, especialmente en estas
fechas veraniegas.
Dejando a un lado enfermedades crónicas que cursan con
diarrea y centrándonos en las gastroenteritis estivales, en muchas ocasiones
descubrimos las intoxicaciones alimentarias como el origen del trastorno.
Además de la reincidente lacra incendiaria estival, lo
cierto es que las temperaturas calurosas facilitan el desarrollo de las
bacterias. Los 36 y los 37 grados, la temperatura normal del cuerpo humano,
constituyen las condiciones óptimas para que los microorganismos patógenos
vivan y se reproduzcan. Sus caldos de cultivo preferidos son carnes, pescados,
productos lácteos, mariscos, huevos, frutas y verduras. Aunque es una
recomendación útil para todo el año, en el verano debemos extremar las medidas
de higiene, tanto en nuestras manos cuando cocinamos, como en las instalaciones
y enseres de nuestras cocinas.
Un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de
la Universidad de Kansas (Estados Unidos) ha revelado cuáles son las fuentes de
contagio más frecuentes en las intoxicaciones alimentarias, que en 9 de cada 10
ocasiones se producen en nuestros propios hogares.
Esponjas, estropajos y paños de cocina representan el foco
principal de contaminación, sobre todo si acumulan humedad y suciedad. Para ser
más efectivos e higiénicos los expertos nos recomiendan utilizar papel de
cocina. Como vivimos en la era de la información y de la electrónica, teléfonos
y tabletas se contaminan con demasiada facilidad en nuestras cocinas. Fundas de
plástico aislantes o simplemente no usar estos instrumentos mientras cocinamos,
podrán ayudarnos a no diseminar por todas partes nuestras bacterias hogareñas. Los
grifos de los fregaderos, los pestillos y tiradores de puertas, alacenas,
frigoríficos, hornos y cubos de la basura son lugares frecuentemente
contaminados por microorganismos como virus y bacterias fecales, causantes de
diarreas, náuseas y vómitos.
El consumo de frutas, verduras y hortalizas se dispara en
el verano. Nuestras precauciones deben incrementarse de forma paralela. Antes y
después de la preparación de los alimentos debemos lavarnos muy bien las manos.
Los investigadores del estudio norteamericano encontraron en el 90% de las
ensaladas de frutas analizadas una bacteria trazadora que habían introducido
previamente en la carne. Ojo pues a las contaminaciones cruzadas. Por ello los
expertos recomiendan una vez más el uso de toallas de papel desechables para
secarnos las manos después de manipular cualquier tipo de carne cruda, incluso
el de las aves. Por último, en época de asados al aire libre, la higiene de los
utensilios de cocina resulta fundamental, sobre todo de las pinzas, tenedores y
otras herramientas que empleamos para colocar los diferentes tipos de carne
sobre la lumbre de las parrillas. Y es que para disfrutar de un buen apetito en
el verano, más vale prevenir que lamentar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario