Menuda
polvareda la que ha levantado en estos días el popular cantante
británico Robbie Williams por limpiarse las manos con un
desinfectante después de tocar y ser tocado por sus admiradores
enfervorecidos en uno de sus conciertos. No es el primer caso de un
famoso que comete este error en público. El desaparecido Michael
Jackson solía cubrir sus manos con unos sempiternos guantes para
evitar el roce con sus semejantes, portadores de microbios y virus
capaces de minar su salud y acabar con su vida. Cruel paradoja, pues
el final de sus días vino marcado por una sobredosis de fármacos.
Dicen que el millonario Howard Hugues tenía la misma manía.
El
temor de la humanidad a las enfermedades infecciosas es ancestral. No
en vano terribles plagas de enfermedades contagiosas diezmaron a la
especie humana en el pasado. Gripe, peste, difteria… son los
nombres de algunas de las más mortíferas. Los virus y las bacterias
habitan este planeta mucho antes de nosotros, los humanos, una suerte
de error evolutivo, pues ninguna especie conocida hasta el momento ha
conseguido sobrevivir esquilmando su medio ambiente. Nosotros sí,
por el momento. Pero en pleno siglo XXI seguimos aterrorizados ante
la simple idea de una nueva pandemia. El último susto lo vivimos con
el virus del Ébola, para el que en un tiempo récord ya se ha
encontrado una vacuna efectiva.
Muchas
epidemias históricas se iniciaron por el contacto íntimo con los
afectados. Aquellos besamanos del pasado a las autoridades, los
santos o sus reliquias pudieron ser tan nocivos y contagiosos como
las plagas de ratas y pulgas. Enfermedades infecciosas
gastrointestinales, como la fiebre tifoidea y demás patologías
diarreicas, se propagaban gracias a una mala higiene de las manos una
vez saciadas nuestras necesidades más básicas, entiéndase la
evacuación de heces y orina. Y qué decir de las enfermedades de
transmisión sexual, saltando de un individuo a otro según la
frecuencia y la intensidad de sus intercambios carnales, sin la debida
protección.
Portamos,
respiramos, comemos y excretamos virus y bacterias, por millones. La
propia Organización Mundial de la Salud (OMS), ante el miedo a la
dispersión de las gripes aviar y porcina, recomendaba especial
esmero en la higiene, limitando al máximo expresiones cariñosas
como besos, palmaditas, abrazos y apretones de manos. Hospitales y
centros de salud se dotaron de envases con potentes líquidos
desinfectantes. Entonces no resulta de recibo tanto escándalo el
montado por el señor Williams y su antiséptico de manos. Dicen las
malas lenguas que lo utiliza hasta con su esposa. Allá él.
Limpiarse las manos después de un saludo a veces puede resultar un
acto reflejo. Y si no que le pregunten a Pedro Sánchez. Él lo hizo,
sin mala intención, después de darles la mano a una familia de
color. No tardaron en machacarlo acusándolo de racista.
Sin
exagerar y caer en el ridículo o en la paranoia, es importante
recordar que existe una infinidad de agentes patógenos que se
transmiten por el contacto, desde los intestinales (el demoledor
Clostridium difficile o la extendida Escherichia coli), pasando por
los típicos de los portadores de pañales (niños y ancianos), así
como otros causantes de infecciones cutáneas altamente contagiosas, virus
de tipo herpes, impétigos, conjuntivitis, enfermedades hemorrágicas virales (como el Ébola) y otras tan impopulares como piojos, sarna y
ladillas. Seamos pues un poco más condescendientes con el señor
Robbie Williams.
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