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20 diciembre 2016

CONGELADOS


Sostiene Aloysius que un anticiclón aposentado sobre el Atlántico es el responsable del frío que estos días padecemos en la provincia de Ourense. La verdad es que andábamos un poco desacostumbrados a las nieblas persistentes y al viento gélido soplándonos en las orejas. Las inclemencias del tiempo nos han traído recuerdos invernales de una infancia en la ciudad de As Burgas, cada vez más lejana.

Hablando de frío, hace un mes una adolescente británica de apenas 14 años y enferma terminal de cáncer, se ganaba en los tribunales el derecho a ser congelada tras su muerte, con la esperanza de poder ser reavivada en un futuro más o menos incierto, cuando la cura de su enfermedad fuera posible. A priori, demasiada incertidumbre. Aunque considerando fríamente esta cuestión nada tendría que perder, salvo los 44500 euros que ha costado el proceso de criogenización, asumidos íntegramente por su abuela materna. 

Este caso posee todos los elementos para crear viva polémica: menor de edad, padres divorciados con ideas contrapuestas, cuestiones médicas, legales y bioéticas…; ahora el cuerpo de la muchacha no descansa en una gélida tumba, sino que se encuentra custodiado por una empresa especializada, sumergido en un tanque de nitrógeno líquido a – 196º centígrados. 

A pesar de sus particularidades este acontecimiento no resulta excepcional: varios seres humanos permanecen aletargados en semejantes condiciones, todos ellos con el mismo anhelo de resucitar algún día. La criogenización es un lance aprovechado ampliamente por el cine y la literatura. En estos días terminamos de repasar la esperpéntica película “El dormilón” (1973) de Woody Allen, protagonizada por el propio cineasta, personaje que despierta en una sociedad futura tras haber sido congelado por error dos siglos antes. 

Lo cierto es que la naturaleza ha demostrado que es posible criogenizar algunos animales, como por ejemplo reptiles, anfibios, gusanos e insectos, pero en el caso de los seres humanos el proceso de congelación y descongelación posterior provocaría serios daños en nuestros tejidos y órganos. Más concretamente, para evitar semejante deterioro serían necesarios procedimientos muy cuidadosos durante la congelación, con descensos controlados de la temperatura así como el empleo de sustancias crioprotectoras (sulfóxido de metilo, etilenglicol, glicerina y propanediol). Los expertos tratarían de evitar la formación de hielo dentro de nuestras células, causante de la destrucción de las mismas. Deberían emplear un procedimiento de enfriado rápido denominado vitrificación. 

La descongelación no resultaría menos complicada. Las proteínas anticongelantes desempeñarían una papel crucial para evitar la formación de hielo durante la resucitación. Si bien la medicina y la cirugía del frío han obtenido éxitos parciales, las mayores dificultades se plantearían en la recuperación del cerebro y sus funciones vitales, haciendo dudar sobre la capacidad para que este órgano regrese intacto a la vida desde el ultrafrío. Una vez más, tal vez la solución venga de la mano de la nanotecnología avanzada y de la medicina regenerativa, hoy por hoy en fase de investigación. En este aspecto, permanecemos helados. El futuro todavía no está aquí.


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