Discutíamos la otra
tarde sobre la evolución humana, cuando de repente Aloysius esbozó una
enigmática sonrisa. Miró al gato que sesteaba mansamente sobre un cojín y
afirmó que la evolución de las especies tal y como fue concebida por Charles
Darwin en el siglo XIX sería muy pronto un cuento chino. No para aquel felino
durmiente, por supuesto, ni para la mayoría de los seres vivos que habitan este
planeta, pero sí para nosotros los primates humanos.
La celeridad intrínseca a
los cambios tecnológicos en esta era contemporánea provocará en pocas décadas
la aparición del Homo digitalis como
sustituto artificial del Homo sapiens o
del Tercer Chimpancé, como prefiere denominarnos el popular fisiólogo
evolucionista Jared Diamond.
Clones, prótesis robóticas, implantes cerebrales,
exoesqueletos, genomas mejorados y enriquecidos, nanotecnología, medicina
cromosómica y molecular, máquinas inteligentes… todos vendrán a potenciar su
efecto para hacer realidad situaciones que hoy en día constituyen todavía una
cercana ciencia ficción. Nuestra estructura física se irá modificando a la par
que nuestras costumbres. Pero también irán surgiendo novedosos problemas que
deberán resolver las leyes y la bioética. Y los médicos deberán abordar nuevos
trastornos que hoy en día ya empiezan a florecer en nuestras consultas.
No
vamos a referirnos a los pacientes que acuden a Internet antes que al médico, sino
a las pequeñas situaciones que se derivan del uso cotidiano de sofisticados
dispositivos, como las tabletas y teléfonos interactivos.
Una de ellas es la
nomofobia, pánico irracional que sufren algunas personas cuando no pueden
acceder a sus teléfonos móviles - es como faltara una parte de de mi - alegan estos sujetos, como si la ausencia de esta interfase fuera equivalente
a la sección del cordón umbilical que les conecta con el mundo virtual circundante.
De manera similar, los expertos han definido el síndrome visual informático, una
patología que afecta a nuestro sentido visual, con fatiga ocular, visión
borrosa, cefalea, ojos secos y enrojecidos. Un reciente artículo de la revista
científica Medical Practice estima en
70 millones los afectados a nivel global.
Consecuencias
menos graves supone el síndrome de la llamada imaginaria, que más de uno hemos
sufrido alguna vez que otra creyendo que nuestro móvil está sonando o
recibiendo mensajes cuando así no es. Y es que nuestro cerebro está aprendiendo
a vivir en una alerta constante, circunstancia que impide nuestro normal
descanso nocturno.
El Phubbing es el responsable de que muchas veces nuestros
interlocutores se muestren ausentes, más pendientes de sus teléfonos y tabletas
que de lo que les estamos diciendo. Parecen oírnos, pero no nos escuchan.
Finalmente, expertos de las universidades de Harvard, Columbia y Wisconsin nos han
alertado sobre el llamado efecto Google, porque somos portadores de una especie
de memoria externa infinita (la web) que podemos consultar en cualquier
instante, pero que cuando perdemos contacto con la misma desencadena una serie
de sentimientos negativos equiparables a la pérdida de un ser querido.
Idos preparando, galenos del mundo.
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