Arnold Böcklin
Trauer der Magdalena an der Lieche Christi
(1867-1868)
(1867-1868)
Sostiene Aloysius que
la muerte, tal y como todavía es concebida en la actualidad, se debe a
circunstancias que podríamos considerar fallos técnicos. En otras palabras, cuando
la ciencia y la tecnología permitan subsanar dichos defectos, el fin de la vida
podrá retrasarse notablemente y, quién sabe, algún día desaparecer
completamente de nuestra existencia. Nuestra caducidad será un mito. No es el
único que piensa así. Destacados investigadores vaticinan lo que será la
medicina del futuro, una disciplina que podrá controlar muchas enfermedades
para las que hoy no existe un tratamiento efectivo.
“El término de la
vida, aquí lo veis; el destino del alma, según obréis”. Esta es la leyenda
grabada en piedra que recibe a los visitantes del cementerio de San Francisco
en Ourense. Por su entrada principal desfilaron los ataúdes de aquellos vecinos
derrotados por neumonías, tuberculosis, fiebres puerperales, difteria o
tosferina, enfermedades mortales hasta el descubrimiento de las vacunas y los
antibióticos, los avances técnicos que permitieron la superación de las otrora
trágicas eventualidades. Otro tanto podemos decir respecto a los trasplantes.
Pasean por nuestras calles varios prójimos con corazones, riñones e hígados
trasplantados, plenos de vitalidad, disfrutando de auroras y crepúsculos que
apenas unos años antes se antojaban episodios remotos de ciencia ficción. Una
vez más, mucho hubieron de avanzar ciencia y tecnología para conseguir modernos
quirófanos, eficientes profesionales expertos cirujanos y anestesistas,
fármacos capaces de controlar la infección y el rechazo, en resumen, preciados
adelantos para corregir los múltiples defectos con que la propia naturaleza nos
ha dotado desde que existimos como especie.
Hace unos días le
escuché contar al Doctor Fírvida, oncólogo de nuestro complejo hospitalario
ourensano, la historia anónima de un joven moribundo que llegó a la puerta de
urgencias en una silla de ruedas. Tal era su depauperado estado que la única
solución que la medicina podía ofrecerle era la sedación paliativa. Gracias a
los flamantes avances en la terapia molecular del cáncer de pulmón, apenas tres
años más tarde, ese mismo paciente se mantiene libre de una enfermedad que
apenas unos meses antes le hubiera supuesto una inevitable condena a la
desaparición. Pero que nadie piense equipararnos, tras la lectura de estas
líneas, con inconscientes adoradores de falsos becerros de oro.
Mientras resignados aguardamos
por la prosperidad científica que vendrá, lo cierto es que los humanos mayoritariamente
continuamos muriéndonos por enfermedades relacionadas con malos hábitos
sanitarios. Y es que la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud
continuarán siendo armas tan efectivas como la medicina tecnológica más
sofisticada en la corrección de esos fallos técnicos que indefectiblemente nos
llevan a la muerte.
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