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06 febrero 2017

POBREZA


La influyente revista médica “The Lancet” alertaba en uno de sus últimos números sobre la influencia que la pobreza tiene sobre la salud de nuestros prójimos. Por desgracia este hecho ya no resulta una novedad. 

Hace unos cuantos años otros medios especializados informaban que la diabetes mellitus tipo 2, cuyo curso patológico en muchas ocasiones es consecuencia del sobrepeso y la obesidad, se cebaba en las clases  más desfavorecidas de los EEUU. Pero ¿cómo era posible que las personas con menos recursos económicos se convirtieran en las mayores víctimas de estas enfermedades? 

Los alimentos ricos en hidratos de carbono suelen ser baratos. Colocamos dentro de este mismo saco a las bebidas azucaradas, con envases extra a la venta en grandes superficies y restaurantes de comida rápida, y también a todo tipo de bollería, galletas, helados y pastelitos saturados de azúcar. 

Hace poco tiempo un amigo me enviaba desde Nueva York una fotografía de una descomunal ración de patatas fritas chorreantes de empalagoso y denso kétchup. No es nuestra intención demonizar desde esta página ningún producto pero 100 gramos de esta popular salsa contienen aproximadamente unos 22 gramos de azúcar, por poner un ejemplo. Desafortunadamente las frutas y las verduras resultan más caras. En estos días hemos vivido el alza de los precios de berenjenas, tomates y calabacines, con subidas incluso superiores al 120%. La culpa ha sido de la ola de frío siberiano que ha incidido negativamente en la cantidad y calidad de las cosechas.


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La Organización Mundial de la Salud (OMS) tampoco sale muy bien parada en el artículo de “The Lancet”, pues continúa sin incluir la pobreza como un factor determinante de la salud, aunque hay estudios que ya han demostrado que los pobres disfrutan de menos años de vida que los obesos, hipertensos, fumadores, sedentarios y consumidores de alcohol en exceso. 

Hace un par de décadas recuerdo atender a un paciente por urgencias. Su fiebre y malestar general, con las amígdalas tremendamente inflamadas y repletas de placas purulentas, necesitaban un tratamiento antibiótico inmediato y eficaz. Cuando le entregué la receta me comentó con una voz apenas audible por el dolor de garganta que no tenía dinero para poder comprar las medicinas. En la facultad nunca nos enseñaron qué hacer en circunstancia similares. Eso nos lo ha ido enseñando la vida. 

Para algunos estas reflexiones obtenidas a partir de la evaluación de casi 2 millones de personas pueden resultar una obviedad. Pero la importancia de estos datos radica en que la miseria no solo mata por hambre, como ocurre todavía con demasiados niños de este mundo, sino que pobreza con malnutrición resulta también perniciosa para la salud. Y a la indigencia nadie le pone las etiquetas de advertencia que llevan todos los paquetes de tabaco.

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