PHOTOGRAPH BY BRIAN J. SKERRY, NATIONAL GEOGRAPHIC CREATIVE
Una de las imágenes
más espeluznantes que he contemplado en la vida es la matanza de delfines en
Taiji (Japón). Aunque parezcan peces son mamíferos como nosotros, los humanos.
Además del desastre ecológico y de la brutalidad de semejantes acciones,
resulta que el consumo de carne de delfín está provocando un grave problema de
salud a la población, pues tales son las
concentraciones de mercurio contaminante en estos animales. Y no solamente en
los delfines, sino también en una amplia gama de pescados y mariscos. Mientras
tratamos de olvidar aquellos mares saturados de rojo carmesí, nos han vuelto a
sorprender otras dos noticias sobre tan particulares cetáceos.
La primera es la terrible instantánea de una cría de delfín agonizando mientras un grupo de bañistas la
mantiene en volandas para fotografiarse con ella en una playa. La ignorancia
suele ser atrevida, y en esta ocasión también asesina.
La segunda está
ilustrada por un delfín interactuando con una pantalla subacuática en el
National Aquarium de Baltimore (EEUU). Esta tecnología les ha permitido
realizar juegos complejos y comunicarse de manera inteligente con los humanos,
una característica que hasta ahora solamente se había constatado en los grandes
simios. En 1758, el naturalista sueco Carlos Linneo situó a los primates en el
orden taxonómico más elevado, junto al hombre, al entender que eran los
animales más parecidos a nosotros. Primates, los primeros entre los animales.
Con el paso del
tiempo, infinidad de investigadores han descubierto que los simios son capaces
de aprender el lenguaje de los signos, superándonos incluso en determinadas
habilidades de memoria matemática. Poseen además autoconciencia, capacidades
simbólicas y transmiten de generación en generación una cultura quizás rudimentaria
y primitiva, pero que no muy diferente de la que tenían nuestros comunes
ancestros. Al igual que los humanos, los primates pueden ser manipuladores,
arteros y mentirosos, incluso asesinos. Y también manejar toscos utensilios, dotando
de la necesaria intencionalidad a un objeto, como por ejemplo una piedra o un
palo, para transformarlo en una herramienta, es decir, un instrumento destinado
a la realización de determinado trabajo. La cognición animal es una realidad:
simios, cetáceos, elefantes, perros, gatos, mapaches, roedores… pero también
pájaros, loros, córvidos, palomas, reptiles, lagartos, serpientes e
invertebrados (pulpos, insectos y arácnidos).
Me consuela pensar que no estamos
solos en el universo. Mientras nos afanamos en la búsqueda de vida inteligente
fuera de la Tierra, nos olvidamos tantas veces de la incalculable suma de
intelecto que nos acompañada desde hace millones de años en este planeta. Decía
el filósofo moralista suizo Henry Amiel que el hombre se eleva por la
inteligencia, pero al fin y al cabo es hombre por el corazón.