El 5 de julio de
1996, en el Instituto Roslin de Edimburgo (Escocia) nació el primer mamífero
clonado a partir de una célula humana adulta. Superadas ya dos décadas, la
especie y el nombre de aquel animal forman ya parte de nuestro acervo
colectivo: la oveja Dolly. Muy cerca de allí, en la propia Universidad de
Edimburgo, trabaja Colin Duncan como catedrático de Medicina Reproductiva.
Hablando de tan populares rumiantes, el Doctor Duncan recuerda que el
tratamiento con esteroides en las embarazadas con riesgo de tener hijos
prematuros se descubrió investigando con ovejas. Y con corderos prematuros, un
equivalente a los fetos humanos en su semana 23ª de desarrollo, ha estado
trabajando el equipo del Doctor Alan W. Flake del Hospital Pediátrico de
Filadelfia (Estados Unidos), capaces de diseñar un ingenioso sistema
equivalente a un útero artificial y que podría incrementar la supervivencia de los
pequeños humanos que vienen al mundo con una prematuridad extrema.
Los resultados de
estas investigaciones ya han sido publicados, avalan que mediante estos dispositivos
las ovejas completaron su desarrollo hasta alcanzar existosos embarazos a
término de manera artificial. El objetivo de estos estudios sería conseguir que
niños prematuros nacidos entre las 22-23 semanas, de tan solo 600 gramos de
peso, con una mortalidad del 50% y con grandes probabilidades de padecer
severas complicaciones en el futuro, puedan completar su desarrollo dentro de
estos úteros artificiales por lo menos hasta la semana 28ª, cuando el riesgo
crítico de supervivencia hubiera sido rebasado.
El ingenioso sistema
del Doctor Flake suministra la sangre al feto ovino mediante un cordón
umbilical sintético que faculta al corazón del animal la regeneración de su
propio circuito sanguíneo para obtener los nutrientes necesarios. Por otra
parte, no existe ningún sistema de ventilación artificial, como en el caso de
las incubadoras más avanzadas, sino que el embrión permanece sumergido en un
líquido amniótico de laboratorio que permite a sus pulmones realizar el
intercambio de oxígeno y dióxido de carbono, garantizando de esta manera una
correcta maduración de estos órganos, mucho más parecida a lo que en realidad
ocurre en el interior del útero materno.
Diversos especialistas se han mostrado
escépticos con semejantes investigaciones, entre ellos el propio Doctor Colin
Duncan, pues entienden que todavía harán falta varios años y mayores avances
técnicos antes de que estos úteros artificiales puedan demostrar su utilidad
práctica. Sin embargo, si repasamos la reciente historia de la medicina,
intervenciones hoy en día habituales en nuestros hospitales, como por ejemplo
los trasplantes de órganos, hace apenas medio siglo eran cuestiones limítrofes
a la ciencia ficción. De momento toca esperar un poco más y continuar contando borreguitos.
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