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04 agosto 2017

LA TAPA DEL YOGUR


El otro día un amigo mío observaba con detenimiento la tapa del yogur que le habían servido de postre. Previamente había evaluado la cantidad de grasas, proteínas e hidratos de carbono presentes en aquel modesto derivado lácteo. Le preguntamos a qué se debía semejante despliegue de precauciones. Con gesto serio, nos comentó que no solía consumir productos cercanos a su fecha de caducidad. Y entonces me acordé del ministro Arias Cañete y sus comentarios sobre los yogures caducados, enmarcados en un contexto donde la administración pública andaba a la procura de un sistema de etiquetado que evitara el desperdicio de alimentos.

Según la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, perdemos o desperdiciamos demasiados alimentos a lo largo de la cadena de suministro, desde la producción inicial hasta el consumo final en los hogares, de manera accidental pero también intencionadamente. Conscientes de tal realidad, instituciones públicas y privadas han iniciado campañas de concienciación y movilización para evitar el quebranto de tantos recursos en un mundo donde muchos estamos sobrealimentados mientras otros tantos continúan muriéndose de hambre. Según los expertos, en los países más desarrollados se desperdician cada año alrededor de 222 millones de toneladas de comestibles, una cantidad similar a la producción alimentaria neta de todo el África subsahariana.

Sostiene Aloysius que en España tiramos a la basura el 5% de nuestra cesta de la compra alimentaria. Si pudiéramos resucitar a uno de nuestros ancestros, que a lo largo de su sufrida existencia apenas lograba consumir media docena de alimentos diferentes, y lo invitásemos a visitar la sección de comestibles de cualquier gran supermercado, a buen seguro sufriría un shock psicológico. Por poner un ejemplo, por un instante repasemos el listado de frutas diferentes que podemos consumir habitualmente a lo largo del año.

Éstas y otras reflexiones nos acompañaban la otra tarde mientras escuchábamos a nuestro amigo Matías contarnos sus peripecias en Sudán y Lesotho dentro de los programas específicos en los que trabajaba para la FAO. También le escuchamos quejarse, con precisa ironía suiza, de la reducción de fondos económicos para el desarrollo desde que Donald Trump había llegado a la presidencia de los Estados Unidos. A la par que Matías disertaba, Aloysius curioseaba con el paquete vacío que alguien había dejado sobre la mesa. La etiqueta avisaba de lo nocivo que es el tabaco, para la salud, acompañado de impactantes imágenes amenazando con la enfermedad y la muerte. Y en mi mente recaló la escena del amigo que, una vez zampado el yogur que estaba a punto de caducar, con parsimonia encendió un pitillo dejando suspendido en el aire un círculo de humo perfecto.


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