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04 febrero 2018

PEQUEÑO GRAN HOMBRE



Javier González Lamelas, in memoriam


Así solíamos llamarte Aloysius y yo, con infinito cariño, entre taza y taza de té, desde el primer día en que te conocí, torbellino de vitalidad, irrumpiendo en la habitación para proponerme los mil y un proyectos a favor de la donación de órganos. Y así continuamos, con alguna que otra modesta colaboración, cuando tu inagotable creatividad se inventó aquella mágica gotita de sangre que supuestamente iba a estimular la solidaridad de nuestros prójimos hasta límites insospechados, o la poesía del “Caraveliño” que una tarde de octubre te regalé para que algún amigo le pusiera música y así poderle cantar una hermosa canción a los niños dializados. En el tintero se nos quedó aquel otro proyecto sobre las vivencias del Dr. Manolo Garrido Valenzuela por las lejanas tierras bolivianas, del que tanto hablamos cuando visitamos el Pazo da Viña, en la parroquia de Abades, contemplando el atardecer en la grata compañía de nuestro amigo el cirujano pediátrico. Por ahí conservo algunos libros que me regalaste, de George Trakl, de Thomas Mann, de Cesare Pavese, de Constantino Kavafis, apilados en la biblioteca junto a la “Canción del Amor” de Rilke, la que yo mismo elegí para oficiar los matrimonios civiles en el Concello de Ourense. Conservo todos tus correos electrónicos y los mensajes que a medianoche y de madrugada me enviabas desde el silencio de los hospitales, desde la bucólica Chandrexa de la que eres consustancial, el gran amante seducido por las tierras y los paisajes, por la esencia de la vida, por Dios y el amor. Ahora tocará repasarlos uno por uno, una y otra vez, cuando el desaliento intente clavar sus garras en este alma esquiva. Tanto y tanto conversamos sobre la salud y la enfermedad, sobre el dolor y la muerte, a la que ningún respeto le tenías, sobre la solidaridad emergente y la gestión de la solidaridad, los voluntarios auténticos y de los simulados, que tanto te encabronaban, la antología que proyectabas seleccionar entre las centenares de colaboraciones publicadas desde hace años en La Región, sobre la fragilidad de la vida, el sentido del sufrimiento, las sendas desconocidas que la Medicina irá descubriendo en los días que habrán de venir, sobre lo que podríamos hacer para mejorar el mundo. ¿Y qué decir del poder terapéutico de la poesía? Casualmente, cada uno por su lado, escuchamos a Van Morrison y leímos los poemas de David Hernández Sevillano; y te empeñaste en acercarlo al horno del panadero, esa magnífica editorial Eurisaces convertida en el faro de tus días. Así nació el colosal “El Punto K” que presentaste en El Cercano, y allí también estaba yo, como también en el estreno de la “Poesía Reunida” de Edelmiro Vázquez Naval, tal vez el epílogo del quimérico proyecto del pequeño gran hombre empeñado en fabricar los libros más preciosos en los tiempos de la informática, la robótica y la nanotecnología. Malos tiempos para la lírica, mi querido amigo. Pero ahora tú, cual espléndida mariposa, frecuentas balsámicos vergeles. Así sea.

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