El otro día en una
entrevista, Antonio Damasio, el insigne neurólogo lisboeta que viene ejerciendo
en la cátedra David Dornsife de Psicología, Neurociencia y Neurología en la
Universidad Sur de California (Estados Unidos), nos alertaba sobre la deriva de
la humanidad hacia una visión algorítmica donde todo funciona según códigos, ya
sean genéticos o de sistemas de computación. Basta echar una ojeada a nuestro
alrededor, en un supermercado, por ejemplo. Los códigos de las etiquetas de los
productos son identificados por unos sistemas lectores que han venido a
sustituir a las cajeras de toda la vida. Finalizada la compra, mediante el
código de nuestra tarjeta de crédito podemos abonar directamente la factura y
dedicarnos a embolsar lo adquirido, de la misma manera que nos han ido
convirtiendo en los sujetos activos cuando llenamos el depósito de nuestro
vehículo en una gasolinera con autoservicio.
Sostiene Aloysius que
así como ya está ocurriendo actualmente en estos sectores, en un futuro no muy
lejano los sistemas de inteligencia artificial (IA) irán poco a poco
sustituyendo a muchos médicos en nuestros centros de salud y hospitales. Y no
hablamos de máquinas y robots en el sentido estricto, sino de una nueva
metodología de trabajo impulsada por el mismo avance de los códigos y los
algoritmos. En el ámbito concreto del diagnóstico por imágenes, se está trabajando
desde hace tiempo en el desarrollo de complejos programas capaces de
interpretar una mamografía o una resonancia magnética con un nivel de exactitud
superior al de los especialistas más expertos. La arquitectura de estos
programas se sustenta en los algoritmos, conjuntos ordenados de operaciones
matemáticas sistematizadas que permiten realizar cálculos y solucionar
problemas.
Y es que cualquier imagen digital en dos dimensiones puede
descomponerse en píxeles. Un píxel es la menor unidad homogénea en color
perteneciente a una imagen digital. Si nos referimos a imágenes
tridimensionales, la unidad mínima equivalente se denomina vóxel. Para
entendernos y andar por casa, un píxel sería un punto de color, mientras que un
vóxel sería un pequeñísimo cubo. Pues bien, existen programas de inteligencia
artificial capaces de asignar cada píxel y cada vóxel a una estructura
anatómica determinada. Cientos de millones de vóxeles correspondientes a imágenes
pertenecientes a cientos de pacientes conforman las bases de datos que
capacitan a la máquina para la toma de decisiones diagnósticas exactas. Y los
investigadores capaces de estos hitos no son médicos sino expertos en IA.
Desde el sur de
California, las predicciones del profesor Damasio podrán resultar
esperanzadoras o sombrías, según queramos interpretar. Quizás los pasos del
médico del futuro se encaminen hacia la gestión e integración de todos estos
innovadores conocimientos, para evitar que los pacientes puedan ser
discriminados por sus códigos postales y genéticos. Ya los iremos viendo.
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