Estas reflexiones son
una consecuencia de la conmemoración de ese día tan especial que cada año ofrendamos
a nuestras madres. En cierta manera, resulta tópico dedicar una jornada
particular a ensalzar su esforzada figura cuando en realidad deberíamos
festejarla todos los días. Los primates humanos somos así. Precisamente, a la
hora de remontarnos a nuestros orígenes como especie, diversas religiones y
mitologías han posicionado en sus ritos y creencias a la primera de todas las
mujeres. Sin embargo, dentro del ámbito científico, los expertos vienen
analizando desde hace años nuestro ADN, la materia prima que conforma nuestros
genes, la que permite que heredemos de generación en generación la mayoría de
nuestros defectos y virtudes.
Salvo en situaciones
patológicas, todas nuestras células disponen de la misma carga genética.
Nuestro ADN se concentra en dos estructuras celulares distintas: el núcleo y
las mitocondrias. Estas últimas auténticas factorías energéticas, además
cuentan con una particularidad especial, puesto que su ADN solamente se
transmite por vía materna. A finales de la década de los 90 del pasado siglo XX,
el equipo encabezado por la prestigiosa genetista estadounidense Rebecca Cann
acometió la colosal tarea de estudiar comparativamente el ADN humano para dilucidar nuestra ascendencia.
Descubrieron que en el momento de la fecundación, la información genética
incluida en las mitocondrias de los espermatozoides presuntamente era desechada. Tan sólo el
ADN procedente de los núcleos celulares del óvulo y del espermatozoide podía
transmitirse al futuro embrión, mientras que el único ADN presente en sus
células se debía a la madre. Con esta premisa, tras complejos estudios, pudieron
retrotraernos a la primera mujer que transfirió su herencia a sus vástagos,
situándola hace unos 200000 años en una zona determinada del África meridional.
Años más tarde, un estudio dirigido por el evolucionista británico John
Maynard Smith, de la Universidad de Sussex, demostró que el ADN mitocondrial
procedente de la madre también se entremezclaba con el ADN de las mitocondrias
paternas, por lo menos en la especie humana. Para este investigador, la fecundación
es una aventura desigual, poniendo en solfa la teoría de la Eva mitocondrial. ¿Y
entonces, cuál es el origen del cromosoma Y, exclusivamente paterno? Los
últimos estudios hablan de una antigüedad de 180000 – 200000 años, por lo tanto
no muy alejada de la aparición de la primera madre de la humanidad.
Mientras
unos y otros debaten y proponen teorías que nos trasladan a nuestros momentos más
atávicos, desde nuestra actualidad donde los controles preconcepcionales, junto a los cuidados durante el embarazo y el parto garantizan cada día más la salud materna y del recién
nacido, en nuestro breve viaje al pasado no podemos olvidarnos de los
impedimentos que nuestras madres ancestrales debían superar para traer un hijo
sano al mundo y a la vez sobrevivir ellas mismas tras esa admirable aventura. Estamos
aquí por ellas. Ensalcemos pues su valentía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario