En 1998 adquirí un
ejemplar de un libro ciertamente tentador: “Vuelta al Edén” de Lee M. Silver,
eminente biólogo molecular que imparte clases en la Universidad de Princeton.
Resulta curioso que el lema de tan prestigiosa institución educativa, Dei Sub Numine Viget, sea una alegoría
del progreso, siempre bajo la tutela divina. Y lo digo porque en temas de
genética los avances futuros no caerán de los cielos, sino que seguirán procediendo de mentes humanas.
En su libro
Lee Silver, que además fue co-fundador de GenePeeks, una compañía de
investigación dedicada a la detección de trastornos genéticos, ponía en boca de
un personaje ficticio la siguiente predicción: “si la acumulación de
conocimiento genético y los avances de la tecnología de enriquecimiento
genético continúan al ritmo actual, para finales del tercer milenio la clase
genrica y la clase natural se habrán convertido en los seres humanos-genricos y
los seres humanos-naturales: especies completamente separadas sin capacidad de cruzarse, y con el mismo
interés romántico mutuo que un ser humano actual tendría por un chimpancé”. Lee
Silver vaticinaba estos hechos para el año 2350...
A principios del siglo XXI,
cuando las consideraciones del biólogo estadounidense pivotaban sobre la tremenda
vuelta de campana bioética que podría suponer para la humanidad la
generalización de la clonación, los sistemas de edición genética se encontraban
en fase de desarrollo, si bien la compañía Genentech ya era capaz de producir
insulina a gran escala desde finales de los 70, a partir de cultivos de la
bacteria Escherichia Coli a las que se les había añadido un gen humano.
Traemos
a colación estas reflexiones como consecuencia del anuncio del nacimiento de
dos niñas en China que podrían ser los primeros seres humanos modificados
genéticamente. La comunidad científica se está moviendo entre la incredulidad
de unos y el estupor y la condena de otros.
Entre todas las opiniones, me ha
llamado la atención la de Íñigo de Miguel, de la Cátedra de Derecho y Genoma
Humano de la Universidad del País Vasco (UPV), poco partidario de las líneas
rojas en medicina, y aún dudando de la veracidad del hito anunciado a bombo y platillo por el investigador He
Jiankiu, entiende que la tecnología empleada no está lo suficiente madura para
garantizar el éxito de la edición genética en seres humanos. Pero, quizás cuando sí lo esté... Dicha tecnología
se denomina CRISPR-Cas9, grosso modo
una especie de recorta y pega del ADN que habría permitido que las recién
nacidas chinas sean inmunes a la infección por el VIH.
Otros científicos como
Lluís Montoliú, investigador del Centro nacional de Biotecnología y presidente fundador de la Sociedad Internacional para las Tecnologías Transgénicas, entienden que el peligro de todo esto radicaría en la creación
de una nueva estirpe de humanos, que además podrían transmitir a su
descendencia modificaciones en sus propias líneas germinales.
Muchas esperanzas
se habían depositado en la técnica CRISPR para modificar genes anómalos y curar
determinadas enfermedades. Más tarde hemos sido alertados de sus peligros, pues
su empleo en células humanas puede generar tumores. Estaremos atentos a lo que
nos deparará el futuro.
Pues si algo hemos aprendido de la ciencia es que
cuando un avance técnico se hace posible, su aplicación práctica será incuestionable:
¿alguien recuerda las barreras éticas que se levantaron contra las primeras
vacunas y los pioneros trasplantes?
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