Continuamos inmersos en la epidemia COVID-19, la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus más reciente descubierto en China, y que la Organización Mundial para la Salud (OMS) acaba de calificar como pandemia, porque afecta ya a más de 100 países en el planeta.
En nuestro entorno más cercano han comenzado a tomarse medidas restrictivas, como el cese de la actividad escolar y académica. La intención es clara: evitar la diseminación de la enfermedad entre la población, y en especial, entre las personas mayores y aquellas otras aquejadas de patologías crónicas de tipo cardiovascular, respiratorio, pacientes inmunodeprimidos y diabéticos, por ejemplo.
Los niños y los estudiantes han sido reconocidos como posibles vectores transmisores de la infección, un numeroso colectivo que, salvando situaciones excepcionales, no está siendo especialmente afectado por la misma.
Asimismo, se están suspendiendo actividades que reúnan a grandes colectivos de personas, sobre todo en lugares cerrados. Ya se han visto afectadas Las Fallas de Valencia, se está valorando hacer lo mismo con las procesiones de Semana Santa, se han aplazado las competiciones deportivas nacionales e internacionales, pero sigue llamando la atención de los expertos por qué no se hizo lo mismo con recientes manifestaciones multitudinarias, mítines políticos en la capital de España, quedando a la espera de lo que ocurrirá en el Reino Unido después del desplazamiento a Liverpool de unos 3000 seguidores madrileños para se testigos directos del triunfo de su equipo.
Las autoridades sanitarias insisten en la precaución, aprovechando la experiencia de China e Italia, que nos llevan ventaja en su lucha contra esta enfermedad. Se habla de cifras de mortalidad en torno al 2%, dependiendo de los colectivos de mayor riesgo, y de un 5% de hospitalizaciones en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), donde los pacientes más graves pueden necesitar medidas de soporte respiratorio. Y si bien las altas continúan superando a las defunciones, no debemos olvidar los graves problemas que esta crisis sanitaria está ocasionando a nivel económico y social, y su mayor impacto en sociedades demográficamente envejecidas, como la nuestra en particular.
De ahí la importancia de todas las medidas encaminadas a aplanar la curva epidemiológica de la enfermedad, evitando en primer lugar el número de contagios, y de esta misma manera, el colapso de uno de los sistemas sanitarios más eficaces del mundo. Existen teléfonos habilitados para que las personas que sospechen estar infectados, por sus síntomas y por sus contactos, activen los servicios sanitarios sin abandonar su propio domicilio, evitando acudir a los hospitales y los servicios de urgencias cuando dicha indicación no sea estrictamente prescrita. Tranquilidad y responsabilidad colectiva. Es lo que otros han hecho para vencer a esta enfermedad. Sigamos su ejemplo.
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