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28 febrero 2020

MÁS CORONAVIRUS



Aseguraba Madame Swetchine (1782-1857) que los humanos siempre estamos atentos ante lo que pueda suceder, pero que sin embargo no solemos prevenirnos para nada, pensamiento ciertamente acertado para reflexionar sobre lo que está pasando a nuestro alrededor con los dichosos coronavirus. 

Porque mientras determinada histeria colectiva empieza a manifestarse por la desinformación (o el exceso de ella), resulta que en Galicia, en lo que va de año, por culpa del virus de la gripe han sucumbido más prójimos que por el COVID-19 en toda Europa. El 62% de estos fallecimientos ocurrieron en personas que, teniendo recomendada la vacuna (que además es gratuita), decidieron no aceptarla. 

Algunos suspicaces ya han empezado a hacer acopio en casa de víveres y mascarillas, por si la infección se extiende hasta nuestros pagos y nos imponen una cuarentena. Esto me recuerda al desasosegado Aloysius, preocupado por la caducidad de un yogur que iba a comerse, mientras a diario se fumaba paquete y medio de cigarrillos. 

Él mismo me ha estado reprochando que si en verdad el problema del coronavirus no tiene connotaciones apocalípticas, ¿por qué las autoridades sanitarias están montando tanto revuelo? ¿Para qué tantas reuniones de expertos, protocolos, medidas preventivas, cuarentenas, controles y aislamientos? Intentaremos darle repuesta a sus interrogantes. 

Es cierto que nos enfrentamos a una infección novedosa, aunque de características similares a la gripe y a otras enfermedades causadas en el pasado por la misma familia de virus (el Síndrome Respiratorio Agudo Grave – SARS en 2003, por ejemplo) y que los servicios sanitarios están preparados para su manejo y tratamiento. 

También es verdad que por el momento no existe una vacuna contra el COVID-19, una medida preventiva de la que esperamos disponer en un futuro no muy lejano, y que los casos más graves, con una mortalidad rondando el 15%, se han producido en personas mayores y con patologías concomitantes, si bien en muchos de estos casos resulta complicado conocer cuál fue realmente la causa del deceso.

Por lo registrado hasta ahora, esta patología está respetando especialmente a la población infantil, lo que debería tranquilizar a los padres. Pero al tratarse de una infección de reciente aparición, no existe una inmunidad colectiva, por la ausencia de anticuerpos específicos en nuestra comunidad. Tampoco existe un tratamiento típico para esta infección, asintomática en la mayoría de los casos, con una mortalidad media de aproximadamente el 2%, pero que en los menores de 50 años desciende al 0.4%. 

Por todo ello, y a pesar de ello, la puesta en marcha de dispositivos de control no está de más. Y descubrir que no debemos toser ni estornudar disparando indiscriminadamente virus y gotas de saliva al aire no es una novedad. Y lavarse las manos con frecuencia, tampoco. Más agua y jabón, y menos mascarillas.



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