Aseguraba Madame
Swetchine (1782-1857) que los humanos siempre estamos atentos ante lo que pueda
suceder, pero que sin embargo no solemos prevenirnos para nada, pensamiento ciertamente
acertado para reflexionar sobre lo que está pasando a nuestro alrededor con los
dichosos coronavirus.
Porque mientras determinada histeria colectiva empieza a
manifestarse por la desinformación (o el exceso de ella), resulta que en
Galicia, en lo que va de año, por culpa del virus de la gripe han sucumbido más
prójimos que por el COVID-19 en toda Europa. El 62% de estos fallecimientos ocurrieron
en personas que, teniendo recomendada la vacuna (que además es gratuita),
decidieron no aceptarla.
Algunos suspicaces ya han empezado a hacer acopio en casa
de víveres y mascarillas, por si la infección se extiende hasta nuestros pagos
y nos imponen una cuarentena. Esto me recuerda al desasosegado Aloysius,
preocupado por la caducidad de un yogur que iba a comerse, mientras a diario se
fumaba paquete y medio de cigarrillos.
Él mismo me ha estado reprochando que si
en verdad el problema del coronavirus no tiene connotaciones apocalípticas,
¿por qué las autoridades sanitarias están montando tanto revuelo? ¿Para qué
tantas reuniones de expertos, protocolos, medidas preventivas, cuarentenas,
controles y aislamientos? Intentaremos darle repuesta a sus interrogantes.
Es
cierto que nos enfrentamos a una infección novedosa, aunque de características
similares a la gripe y a otras enfermedades causadas en el pasado por la misma
familia de virus (el Síndrome Respiratorio Agudo Grave – SARS en 2003, por
ejemplo) y que los servicios sanitarios están preparados para su manejo y
tratamiento.
También es verdad que por el momento no existe una vacuna contra
el COVID-19, una medida preventiva de la que esperamos disponer en un futuro no
muy lejano, y que los casos más graves, con una mortalidad rondando el 15%, se
han producido en personas mayores y con patologías concomitantes, si bien en muchos
de estos casos resulta complicado conocer cuál fue realmente la causa del
deceso.
Por lo registrado hasta ahora, esta patología está respetando especialmente a la población infantil, lo que debería tranquilizar a los padres. Pero
al tratarse de una infección de reciente aparición, no existe una inmunidad
colectiva, por la ausencia de anticuerpos específicos en nuestra comunidad. Tampoco
existe un tratamiento típico para esta infección, asintomática en la mayoría
de los casos, con una mortalidad media de aproximadamente el 2%, pero que en
los menores de 50 años desciende al 0.4%.
Por todo ello, y a pesar de ello, la
puesta en marcha de dispositivos de control no está de más. Y descubrir que no
debemos toser ni estornudar disparando indiscriminadamente virus y gotas de
saliva al aire no es una novedad. Y lavarse las manos con frecuencia, tampoco.
Más agua y jabón, y menos mascarillas.
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