En los primeros momentos de la lucha contra la pandemia COVID-19, cuando conocíamos apenas nada de esta enfermedad, los médicos tuvimos que tomar decisiones siguiendo el modelo intuitivo – analítico, como en tantas otras ocasiones en nuestra práctica cotidiana, cuando nos toca enfrentarnos a un paciente nuevo o a una patología desconocida; establecemos una hipótesis diagnóstica inicial, contrastada con nuestros conocimientos y experiencias previos, para más tarde encuadrar la verdadera magnitud del problema.
Aunque novedosa y extraña, la sintomatología típica de la COVID-19 pronto fue reconocida por todos: fiebre, tos y disnea se convirtieron en sus pilares fundamentales, encuadrados dentro de una patología respiratoria que se transmitía de humano a humano, y para la que rápidamente se desarrollaron test diagnósticos específicos.
Ciñéndonos únicamente a los síntomas, la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) ha jerarquizado cuatro grandes grupos de pacientes COVID-19 según el pronóstico de la enfermedad. Tras una ardua labor, y partir de una serie nacional de 12000 enfermos, un grupo de 24 internistas acaban de publicar los resultados preliminares de su estudio en la revista Journal of Clinical Medicine.
El objetivo, aunque ambicioso, parece sencillo: identificar por sus síntomas a los pacientes COVID-19 con peor pronóstico, para aquilatar con mayor eficacia las acciones terapéuticas más adecuadas a cada caso.
El primer grupo, casi el 72% del total, incluyó a los enfermos con la triada clásica fiebre-tos-disnea. Mayormente, se trababa de varones mayores, con múltiples patologías, entre las que destacaron la hipertensión arterial, la hiperlipemia y la diabetes. En este primer grupo, la enfermedad se manifestó con mayor celeridad. Un 10% de estos pacientes requirió ingresar en UCI y un 25% falleció, la tasa de mortalidad más elevada de todos los grupos.
El segundo grupo, un 10% del total, presentó además pérdida del olfato (anosmia) y del gusto (ageusia), mostrando los menores porcentajes de ingreso en UCI y mortalidad.
Un tercer grupo, en torno al 7%, presentó además dolores articulares y musculares, dolores de cabeza y de garganta. Alguno más del 10% de éstos necesitó ingresar en UCI.
Por último, un cuarto grupo padeció además diarrea, vómitos y dolores abdominales: un 8.5% requirió ingreso en UCI y algo más del 18% falleció, siendo éste el segundo grupo respecto a la mayor mortalidad. Simplemente destacar que en la práctica totalidad de estos 12000 pacientes, la triada fiebre-tos-disnea fue una constante.
Esta investigación forma parte de un amplio grupo de estudios todavía en marcha, relacionados con el Registro SEMI-COVID-19, que agrupa a casi 900 internistas de 214 hospitales españoles.
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