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23 marzo 2006

SINGULARIDAD


El domingo por la mañana el tiempo se amortigua de manera pasmosa; pudiera ser que las agujas del reloj se conviertan en fofas líneas desmañadas que tropiezan una y otra vez en los dorados números de la esfera. Tampoco se salvan de la quema los cronómetros digitales, convertidos en tartamudos contadores de instantes, segundos, minutos y horas. Alguien ha abierto una ventana para airear su habitación y a lo lejos puede percibirse el eco de unos acordes del “Sunday Bloody Sunday” de U2.

A mediodía me he citado con un amigo profesor de Física en una céntrica cafetería de la ciudad. Me pregunta si me suena de algo la teoría de la singularidad tecnológica y ante mi mueca de desconocimiento ufano pronuncia dos nombres: Vernor Vinge y Raymond Kurtzweil.

Vinge es un famoso matemático y escritor de ciencia ficción, ponente de la idea sobre el desarrollo de inteligencias artificiales mucho más capaces que la del propio ser humano; éstas a su vez producirían inteligencias cada vez mayores y así sucesivamente, de forma exponencial. De esta manera, dicha “singularidad” sintética acarrearía consecuencias inimaginables para nuestra especie, haciendo de paso imposible cualquier futura especulación. ¿Conseguirán borrar algún día de la faz de la tierra las máquinas inteligentes a sus propios creadores?. Tal vez ahí radica el pecado original de los osados Adán y Eva, empeñados en alcanzar el conocimiento del bien y del mal, mucho más tentador que cualquier mordisco a una apetitosa manzana.

Kurtzweil es una verdadera lumbrera: músico, inventor, empresario y científico de la computación, quizás un nuevo Leonardo da Vinci del siglo XXI. Basándose en la teoría de la singularidad de Vinge se ha atrevido a pronosticar que durante el primer tercio de este presente siglo podremos alcanzar la inmortalidad. Y todo ello gracias a la feliz conjunción de los progresos de la informática, de la biotecnología y de la nanotecnología. ¿podremos cambiar una y otra vez nuestras viejas células deterioradas por unas lozanas y flamantes?

Resulta cierto y tangible el crecimiento exponencial de los avances científicos y técnicos en infinidad de disciplinas, que cada vez se ramifican más e interaccionan entre sí para descubrirnos horizontes apasionantes. De esta manera no nos sonaría ya tanto a ciencia ficción el hecho de utilizar microrobots y nanomáquinas para combatir las enfermedades del hombre y de los animales. Estamos hablando de una medicina que actuaría a nivel atómico, infinitamente más exacta y precisa que el moderno arte de sanar.

Cuando me jubile, si es que llego allá, donaré mi vieja bata blanca del SERGAS a un estilizado robot femenino con el que ni siquiera podré jugar al ajedrez. Por cierto, Ray Kurtzweil tiene un alter ego llamado Ramona, presentadora virtual de su página web. Ni que decir que no se parece en nada a aquella Ramona Pechugona (la más basta de su pueblo) a la que cantaba en los 70 el insufrible Fernando Esteso.

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